Sociedad - Economía y Ética
Algunas Ideas
Una de las paradojas que nos deja esta actual
coyuntura, en la que yo creo que todos coincidimos en que se han perdido los
valores y la vergüenza en nuestro sistema productivo y financiero, es que el
padre de la economía, al menos en su concepción más moderna, Adam Smith, fue en
realidad profesor de Ética. Conviene traerlo a colación, ya que a menudo se
tiende, desde la más pura ignorancia, a equiparar su visión sobre la
maximización del beneficio con este escenario de avaricia desmedida y
cortoplacismo que vivimos.
Porque para Adam Smith y, como siempre,
simplificando mucho, cuando los agentes participantes en un mercado perfecto
actúan buscando maximizar su beneficio, se llega a una asignación óptima de los
recursos que termina beneficiando al conjunto de la sociedad. Esto requiere una
cierta explicación para que pueda ser entendido, así que voy a tratar de ser
didáctico para que todo el mundo me pueda seguir.
Imaginemos una sociedad, en la que hay recursos
naturales, mano de obra disponible y una población que, obviamente, necesita
consumir para sobrevivir. En un mercado perfecto, la oferta y la demanda
guiarían la actividad económica, porque la información sería perfecta, completa
y estaría al alcance de todo el mundo. De esta forma, por ejemplo, no habría
paro, ya que, si en esa sociedad hicieran falta recolectores de manzanas y
sobrasen sastres, las personas se moverían de una actividad a otra. Si los
productores de manzanas supieran que hacen falta 100 manzanas y no 200, el
precio de la transacción sería también el considerado óptimo, ya que
producirían las 100 manzanas justas. En esta sociedad, por lo tanto, nadie
sería mucho más rico que el resto, ya que los precios de mercado (incluidos los
salarios) serían acordes al nivel de renta de la ciudadanía, no habría
especulación como tampoco habría burbujas. En este escenario, toda la sociedad,
efectivamente, se beneficia.
En este mercado tan perfecto, no harían falta las
empresas, como tampoco habría precios públicos de venta, ya que éstos se
fijarían sobre la marcha en función de la oferta y la demanda, y la información
fluiría sin restricciones estando al alcance de todos. En este escenario, la
gente no es oportunista, no es egoísta, y piensa en el bien común, asumiendo
que el progreso de la sociedad incide también en el desarrollo propio. De esto
hablaba Adam Smith.
Ocurre que las cosas no son tan sencillas.
Nuestro entornos se mueven siempre en el filo de la incertidumbre y la realidad
tiende a ser extremadamente compleja. En ese escenario aparecen las empresas,
las cuales, en el fondo, no dejan de ser un marco de múltiples relaciones
contractuales. ¿Para qué se firman los contratos? Obviamente para reducir la
incertidumbre. Aquí hay un empresario que cree detectar una necesidad y busca,
a través de su compañía, satisfacer la misma. Para ello, contrata empleados, no
temporalmente, como ocurriría en un mercado perfecto, sino a través de
relaciones laborales fijas. Como no sabe realmente cómo va a evolucionar la
economía, pacta un salario con el trabajador, el cual también lo acepta, ya que
de otra forma nadie le garantiza que más adelante vaya a tener un empleo. Es
posible que sí, y que ganara más, pero ante la duda, éste también decide
reducir su propia incertidumbre.
En el mercado perfecto, cada agente se encarga de
llevar a cabo una tarea, pero en este nuevo escenario, la compañía trata de
abarcar varias tareas de la cadena de valor de forma simultánea, de nuevo para
reducir la incertidumbre. El empresario sabe que realizar esas actividades le
van a costar unos miles de euros en forma de salarios, otros miles de euros en
forma de suministros y otros miles de euros en costes indirectos, resultando al
final un coste unitario X para cada output que produce. Ello le permite fijar
unos precios de antemano de nuevo para reducir la incertidumbre. El cliente,
también tiende a aceptarlos, porque no tiene manera de saber si aquellos son
justos o no, pero ante la posibilidad de que finalmente tenga que pagar más por
un bien o un servicio si fuera al mercado puro y duro, acepta esa referencia
una vez más para reducir su incertidumbre. La competencia aquí es buena, ya que
cuantas más compañías se dediquen a una misma actividad, la información
disponible para todos los agentes del sistema aumenta, lo que debería repercutir
en una mejor asignación de los recursos.
En este escenario el estado debe intervenir en la
economía por tres razones básicas. En primer lugar, para desarrollar un sistema
jurídico justo. Es decir, que garantice el cumplimiento escrupuloso de los derechos
humanos más elementales. En segundo lugar, para definir claramente las reglas
del juego, lo que implica definir bien también los derechos de propiedad. De
otra forma el mercado no puede funcionar, porque no existirían garantías
jurídicas para los partícipes en el mismo. En tercer y último lugar, para
proveer a la colectividad de aquellos bienes y servicios de interés general
cuya provisión no debe dejarse al libre albedrío del mercado.Hablamos de la
educación o la sanidad, por ejemplo. Pese a las imperfecciones que tendría este
modelo, pese a las externalidades presentes en el mismo que impedirían llegar
al óptimo a la sociedad, siempre se ha considerado que la empresa podía ser un
buen sustituto de los agentes y que ésta, aspirando a maximizar su beneficio,
podía repercutir positivamente en toda la sociedad. En el fondo es razonable:
si una compañia va bien, debería crear más puestos de trabajo, pagar más
impuestos, mejores salarios y ser generadora de riqueza para la sociedad. Para
ello, hay que asumir de nuevo que todas las personas que participan en el
sistema económico lo hacen pensando tanto en el beneficio propio como en el
bien común, se comportan con decencia y valores y pensando a largo plazo.
Ocurre que, como suele suceder, la realidad es mucho
más compleja que el marco teórico. Hace no tantos años, las empresas estaban
dirigidas por sus propios dueños y la mayoría eran corporaciones más bien
locales, a lo sumo nacionales. La internacionalización de la economía y las
asimetrías del mercado (poder, información, etc.), han favorecido la expansión
de determinadas compañías hasta límites insospechados hace apenas unas décadas.
Hoy en día las empresas que "parten el bacalao" tienes decenas de
miles de dueños anónimos, llamados accionistas, los cuales contratan a
profesionales de la dirección y gestión para que guían las mismas. Pese a todos
los esfuerzos que se han hecho por acotar el desempeño de estos tecnócratas, lo
cierto es que es complicado que éstos no estén tentados de buscar sus propios réditos
antes que los del accionista (Teoría de la Agencia), ya que estos ejecutivos
suelen estar de paso en las compañías, y bajo el argumento de la maximización
del beneficio, llevan a cabo maniobras maquiavélicas que no hacen sino destruir
valor a medio y largo plazo, ya no sólo para los accionistas, sino para el
cojunto de los stakeholders que participan en la compañía. Cuando la compañía
es un Lehman Brothers, un AIG o cualquiera de los bancos que han caído durante
esta crisis, el cataclismo es de órdago a la grande.
Pero las cosas aún pueden complicarse más. Si
existen empresas como las descritas en el párrafo anterior (too big to fall)
es, en el fondo, porque se han aprovechado de las múltiples externalidades que
existen en el mercado (acepto las críticas en este punto, pero de nuevo
simplifico la realidad. Lo siento, yo no creo en las famosas "Hedge
Fund", por ejemplo. Creo más bien que existe información privilegiada y un
uso partidista de la misma, que no todos competimos en igualdad de condiciones).
Hoy en día existen corporaciones multinacionales, por ejemplo, con presencia en
múltiples países que campan a sus anchas por todo el planeta, ubicando plantas
de producción donde no hay ninguna garantía del mínimo cumplimiento de los
derechos humanos más elementales. Los gobiernos, pese a todos los esfuerzos que
se han hecho, siguen siendo locales y el derecho internacional sigue todavía
muy en pañales.
Si esto ya es mucho, vamos todavía a enrevesar un
poco más todo. Los amigos banqueros de todo el planeta lograron durante los
años previos a esta crisis, que los gobiernos "dimitieran" de
cualquier labor de supervisión sobre lo que se estaba cociendo. Y es peor aún.
Cuando todo saltó por los aires, hemos asistido impasibles al matrimonio bastardo
banca - estado, lo que equivale a que, no sólo que los gobiernos no vigilen,
sino que pasen a ser jueces y partes, lo cual es inaceptable.
Así pues, tenemos un cocktail perfecto.
Cortplacismo, falta de valores, avaricia desmedida, mercados imperfectos no
regulados, gobiernos que toman parte, asimetría en todos los canales... El
resultado es ni más ni menos lo que tenemos a día de hoy: el mayor
problema económico de los últimos 80 años.
Me gusta decir que la economía es la ciencia más
social que existe, porque en el fondo está imbricada en todos nuestros aspectos
del día a día, pero tal vez también por ello el estado de salud de la economía
sea un buen indicador del estado de salud de una sociedad, de su moral y su
ética. ¿Cuál es nuestro sinónimo de éxito? ¿Qué actitudes estamos premiando?
¿Qué programas de televisión se ven en nuestro país? ¿Quiénes llegan a puestos
de responsabilidad en nuestros gobiernos? Cómo decía en un extraordinario post
mi buen amigo Francisco Alcaide, lo bueno se cocina siempre a fuego lento, pero
de un tiempo a esta parte lo que funciona es lo rápido, lo que se consigue sin
esfuerzo, sin importar realmente los medios. Y todo ello en un entorno que como
todos los estudios sociológicos se encargan de resaltar, se ha vuelto mucho más
individualista y egoísta.
Si Adam Smith levantara la cabeza se llevaría un
buen susto. Bajo el paradigma de la maximización del beneficio han tenido
cabida todo tipo tretas y artimañas que nos han llevado a la actual coyuntura,
pero ellas tal vez no sean más que el reflejo de lo que acontece en nuestro
planeta hoy en día. Tal vez sea oportuno cambiar el léxico y hablar de
maximizar el valor más que el beneficio, pero sobre todo sería deseable
comprender que nuestros problemas tienen mucho más que ver con la ausencia de
ética y valores en conjunto que con la economía en sí.
Comentarios
Buen post como siempre. Ahora bien, lo que ya no tengo tan claro es eso de que la economía es la ciencia social más exacta que existe porque al final es el resultado de las personas y como sabes somos imperfectos. Le daré una vuelta más de todos modos.
Un fuerte abrazo
Como siempre millones de gracias por pasarte y por tu comentario. Repasaré el texto, porque no he querido decir que la economía es la ciencia social más exacta, sino que es la ciencia más social de todas. Y precisamente por ello, estoy de acuerdo contigo, requiere de modelos demasiado sencillos y, por lo tanto, con numerosas limitaciones. Las personas somos impredecibles, mucho más escépticas y emocionales que racionales, nuestra realidad demasiado compleja.
Un fuerte abrazo