15 Años sin Sara

Pequeño Homenaje a una gran Amiga

Me gusta decir que la vida de las personas es como una ecuación. No, no es que de repente me haya vuelto fan de Wittgenstein, como tampoco creo que el mundo se pueda resumir en una fórmula matemática, pero sí que creo que nuestra existencia tiende a ser trascendente cuando incorporamos a la misma una constante. En las ecuaciones, cuando quitas la constante, los resultados tienden a ser disparatados. En la vida, cuando eso ocurre, tendemos al caos. Esa constante de nuestra vida se compone, en su parte más visible, de nuestros amigos, familia y pareja, esos que están ahí siempre, a lo que acudimos sin que nos pidan nada a cambio cuando la vida nos pega uno de esos golpes a los que uno nunca termina de acostumbrarse. Esos con los que sientes que estás en casa, imprescindibles en tu día a día.

Pero la constante, y disculpadme por sacar mi formación académica, es longitudinal, como lo es nuestra vida, y tiene una parte menos visible, esa que conforman aquellas personas que pasaron por aquella y ya no están, esas con las que compartimos momentos inolvidables, buenos y no tan buenos, que explican quién eres, como has llegado a ser la persona en la que te has convertido. El camino hacia Ítaca es largo, y cuanto antes asumamos que habrá personas que sólo podrán acompañarnos durante un trecho, más llevadero será el viaje.

Aceptamos que la ley de la naturaleza es inexorable, y es por ello por lo que, aunque nunca estemos preparados, asumimos la marcha de nuestros abuelos, incluso con el tiempo, la de nuestros padres, como algo que estaba en el guión. Sin embargo, cuando el que se marcha es alguien joven, alguien al que, conforme a nuestra visión de las cosas, no le tocaba, el drama se multiplica. Y es entonces cuando duelen, no sólo los recuerdos, sino los momentos no vividos, el tiempo que se te escapó o aquella llamada que no hiciste.

El tiempo, ese reloj que pasa y que cada mañana en el espejo nos recuerda que somos un poquito más viejos, también tiene propiedades muy saludables. Algunas curativas, como se suele decir, pero sobre todo, y esa es la parte que más me gusta, otras relacionadas con la perspectiva que le aporta a las cosas. Claro que me sigue doliendo que Sara no esté. Claro que me sigue resultando incomprensible que se fuera un día de Navidad con apenas 25 años. Claro que hay días en que se me siguen empañando los  ojos al recordar. Pero hoy sé que morimos porque vivimos, y que la muerte es algo terriblemente humano, vinculado de forma indisociable a nuestra propia existencia. No hay una sola Navidad en que no me acuerde de ella, pero la pena poco a poco va dando paso a un profundo agradecimiento por lo mucho que nos reímos, por lo mucho que conversamos, por lo mucho que compartimos.

Me quedan las fotos, las risas de los cumpleaños, aquel karaoke de Kapital, el verano en Irlanda o el viaje a las Fallas. Me quedan los partidos de fútbol y nuestras conversaciones sobre el Real Madrid y las excursiones con el cole. Me queda también que te fuiste debiéndote una llamada desde hacía un buen tiempo, pero sobre todo la alegría de poder recordarte cada año, de brindarte este pequeño y sincero homenaje. Y me queda una ilusión, que desde allí desde el cielo, desde esa parte dónde estáis las buenas personas, sientas que nuestra amistad, esa que tuvimos durante tantos años, explica un poquito quién soy y lo que hago con mi vida. O en definitiva, que sepas que pasarán los años, que los recuerdos podrán difuminarse, que vendrá gente nueva y que otra irá saliendo, pero que siempre formarás parte de mi constante. 

Quince años sin Sara. Siempre presente.




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