Conversaciones con mi Abuelo

Lecciones Vitales y Empresariales

El pasado 1 de febrero falleció Javier Cremades de Adaro. Resulta difícil definirle, la verdad, por cuanto su Currículum Vitae fue extenso y heterogéneo a más no poder. Ingeniero Agrónomo de formación (llegó a ser el más joven de España en su día), fue un gran visionario y un enorme emprendedor. Transformó entornos rurales deprimidos, creó dónde no había nada y fundó numerosas empresas. Pero, por encima de todo, Javier Cremades de Adaro fue mi abuelo. Una gran persona en toda su dimensión humana, con sus virtudes y defectos, que también los tuvo, a la que con el paso del tiempo, conforme me he ido haciendo adulto, he sabido ponderar en su justa medida. Un gran hombre, como me decía hace poco nuestro importador de Irlanda en su mensaje de condolencias, que tuvo el coraje de cumplir sus sueños con independencia de todas las trabas que pudiera encontrar en el camino.

Porque mi abuelo nunca fue un abuelo convencional, de esos que te leía cuentos antes de ir a la cama o te contaba historias de su infancia. Mi abuelo hablaba de empresas, de proyectos, de nuevas aventuras e ideas, con una vitalidad que, a menudo, te desbordaba. Mi niñez en la playa de Gandía junto a él está llena de recuerdos de paseos en bicicleta para ir a comprar el períodico y de interminables mañanas de navegación a vela juntos, dónde, a menudo, se esmeraba para enseñarme a coger el timón. Siempre me tomó muy en serio. A veces, incluso, demasiado para ser un crío que para contar sus años precisaba de una sola una mano. Me dio mi espacio y me regaló conversaciones que guardaré en mi corazón durante toda mi vida. Es posible que mi abuelo se haya ido sin ser conocedor de lo mucho que me enseñó.

Ahora tengo sentimientos encontrados. Por un lado, percibo un gran vacío, por el otro, me siento agradecido, a Dios y a la vida, por haberle podido disfrutar tanto tiempo. Mi abuelo se marchó con 96 años, habiendo vivido en plenitud casi, casi hasta el final y dejándome multitud de anécdotas y vivencias de calado, algunas de las cuales me gustaría compartir con vosotros por todo lo que me han marcado. Confieso que no sé muy bien cómo arrancar, así que puede que este post pueda ser un tanto desordenado, y quizás deba ser así, porque el orden nunca fue la principal virtud de mi abuelo, pero confío poder transmitiros, al menos un poquito la esencia de quién fue y todo lo que hizo.

Decía al principio que su Currículum Vitae fue extenso y heterogéneo. Se consideró agricultor y su pasión siempre fue el campo, transformar los entornos y crear valor en los mismos, pero a medida que su vida fue avanzando, también fue una figura clave en el turismo de la Comunidad Valenciana junto con su amigo Vicente Calderón, llegando a crear, entre otros, el mítico Hotel Tres Anclas en Gandía y Villaitana en Benidorm. Se hizo armador de barcos y tuvo una importancia decisivia en la popularización de la Ribera del Duero. Siempre nos gusta contar en bodega que fundó PRADOREY a una edad en la que la mayoría de los mortales tienden a pensar en jubilarse. Por el camino, fue también promotor inmobiliario a ratos y consejero en numerosas empresas. Lo que no mucha gente sabe, es que esta fascinante historia de emprendimiento, estuvo cerca de no tener lugar. Hace unos años, hablando con mi abuelo acerca de su obra, me dijo una algo que hasta entonces había sido desconocido para mi: "no sabes el disgusto que le di a mi madre cuando le dije que no iba a opositar, que la vida de funcionario no era para mi". Su padre había sido funcionario y en su familia había esa tradición. Imagino que mi bisabuela, quería que el menor de sus vástagos tuviera una vida relativamente cómoda en aquella España de la posguerra dónde todo era difícil. Sin embargo, mi abuelo quería "poner España en regadío". Y así empezó a crear empresas, y no paró durante sus más de 60 años de carrera profesional. En muchas ocasiones de mi vida, me he sentido fascinado al pensar en la valentía de mi abuelo. ¿Cómo podía alguien atreverse a hacer tanto? ¿Es que mi abuelo era una especie de "Superman" que nunca tuvo miedo al fracaso? 

Cuando hace unos años empezamos con la nueva revolución en PRADOREY, esa a través de la cual estamos micro parcelando, replanteando el viñedo y buscando mejorar el mismo, fue cuando realmente comprendí por qué le llamaron "el loco de la Ventosilla". No sólo es que plantase la mayor extensión de viñas de toda la historia hasta la fecha en la Ribera del Duero, es que lo hizo en zonas muy comprometidas desde el punto de vista climático, por la altitud y por el frío de la zona. Así que le pregunté. "¿Pero cómo pudiste atreverte? ¿Es que nunca tuviste miedo?". Sin inmutarse demasiado, nunca olvidaré su respuesta. "Pues hombre, algo de miedo me daba el frío de la zona, pero es que yo siempre he tenido claro, cada vez que me metía en una nueva aventura profesional, que me iba a encontrar problemas. Pero oye, para eso ya estaba yo, ¡para resolverlos!".

Desde hace unos años, recordando un ejercicio que me mandó hacer Santiago Álvarez de Mon en el IESE, les pido a mis alumnos de la Universidad, al comenzar el curso, que me escriban un par de hojas sobre "qué querrían llegar a ser". Me sorprende que son muy pocos los que quieren emprender, y es que la inmensa mayoría de ellos lo consideran algo "muy difícil". Yo lo que creo es que, en el fondo, el emprendedor siempre bordea el límite de lo desconocido, lo cual se traduce en transitar por aguas pantanosas para la mayoría de los mortales y eso, sin duda, nos cuesta. Pero es que todo lo que merece la pena en esta vida, como me gusta decir, es difícil y conlleva muchas horas de trabajo y sacrificios, así como exige, a menudo, un salto de fe. De mi abuelo he aprendido que nunca hay que esperar a tener todas las certezas, ni todas las respuestas, cuando se quiere crear una empresa. Que hay que asumir que siempre vendrán curvas, pero, que con determinación y confianza en uno mismo, las cosas tienden a salir. Y si no, porque mi abuelo también tuvo reveses, que lo que te queda es aprendizaje. El pasado 10 de marzo de 2020, apenas 4 días antes de que se decretase el estado de alarma, tenía en bodega a varios técnicos de diferentes compañías calculando tamaños, dimensiones, etc., de cara a la ampliación que queríamos llevar a cabo en la misma. Cuando se cerró el país, decidimos seguir adelante con aquel proyecto, el cual, ya en esta pasada vendimia, fue una realidad. Lo ortodoxo hubiera sido posponer aquello, porque todo se puso cuesta arriba, pero es que, en la vida empresarial, el momento óptimo no existe. Mi abuelo se murió sin poder venir a verla terminada, pero estoy convencido que desde arriba nos mira con satisfacción, porque era lo que había que hacer a pesar de todo. La osadía de creer en uno mismo, como decimos en la etiqueta del Adaro, el vino homenaje a su figura, es determinante a la hora de emprender.

A mi abuelo le gustaba preguntarme por mis estudios, por saber aquello que estuviera viendo en cualquier momento. Un día, estando yo en segundo de carrera preparando el examen de Política Económica, le saqué el tema del enorme paro de nuestro país y los múltiples problemas estructurales de su mercado laboral. Yo le hacía mil análisis y reflexiones, queriendo que se notara que me había estudiado bien la asignatura. Le hablaba del salario mínino, de los convenios colectivos, etc. En un momento dado, intervino y  me descolocó con una de sus frases habituales, la cual, hasta entonces, nunca le había escuchado. "Fernando, es que en España no faltan 5 millones de puestos de trabajo, sino 100.000 empresarios capaces de crear 50 empleos cada uno". Siempre he tratado de incidir en ello también en mis clases en la Universidad. Necesitamos poner en valor la figura del empresario. Mi abuelo siempre creyó que la salud económica de un país se medía a través de la salud de las empresas del mismo y yo, no puedo estar más de acuerdo.

Cuando años más tarde estaba inmerso en mi doctorado y me preguntaba por lo que estaba haciendo, aquello de la Responsabilidad Social Corporativa, a priori, le sonaba un poco lejano. Le contaba la importancia de la triple cuenta de resultados, de la apuesta por la sostenibilidad medio ambiental, así como también la necesidad de que las empresas fueran constructoras de sociedad. Teníamos a veces puntos de vista divergentes, claro está, pero coincidíamos en una cuestión esencial: el objetivo de la empresa no debe ser "monista", ni tan simple como maximizar el beneficio para los accionistas, sino el de crear valor a largo plazo. Por supuesto para sus propietarios, por cuanto, si una compañía no es rentable, no hay mucho más de lo que hablar, pero también, y sobre todo, para sus grupos de interés y los entornos dónde las empresas se ubican. Para mi abuelo siempre fue motivo de orgullo hablar de los puestos de trabajo que había creado, de las posibilidades que había dado a sus empleados de desarrollarse, de crecer profesional y humanamente, pero también de la cantidad de cosas que hizo, junto con mi abuela, para mejorar las condiciones de vida de las personas de aquellos lugares en los que se asentaban sus empresas. Una de las llamadas que más nos ha puesto los pelos de punta en estas semanas, fue la de un señor de Xeraco, el cual nos agradecía el que mi abuelos llevasen un profesor todos los veranos a aquella zona en la España de los años 50 y 60, para que niños como el que fue aquel señor que llamó a mi madre, pudieran salir de analfabetismo. Con el tiempo, me doy cuenta que una cosa es la teoría y otra la práctica. Para mi abuelo crear valor en aquella España en la que no había prácticamente de nada, fue una cuestión no sólo empresarial, sino de auténtica responsabilidad social, de valores, en definitiva.

En mis años de doctorado me hice mucho más cartesiano para muchas cosas. Todo lo quería medir. Y en las interminables conversaciones con mi abuelo de cada domingo en la comida familiar, le contaba emocionado mis avances. En los cursos de doctorado, tuve una asignatura de Sistemas de Información que me pareció fascinante. Ya por aquel entonces se empezaba a hablar del Big Data (hablamos del año 2006, cuando los teléfonos móviles hacían la mitad, de la mitad de las cosas que pueden hacer ahora). Yo le hablaba a mi abuelo de los Sistemas Expertos, de las Redes Neuronales y un montón de cosas más que me parecían interesantísimas. Mi abuelo, me escuchaba con atención. En un momento, se incorporó un poco y me preguntó: "¿Y para qué quieres medir, saber o conocer tantas cosas?". Descolocado, le dije: "Pues hombre, abuelo, creer, hay que creer en Dios. De lo demás, hay que estar seguro, ¿no?". Mi abuelo me miró y me dijo una frase que nunca se me olvidará: "Mira Fernando, si quieres tener todas las respuestas, tener una seguridad total cada vez que emprendas un negocio, o tomes una decisión empresarial, te aseguro que vas a llegar tarde. Yo siempre me he fiado mucho de la intuición, y yo creo que no me ha ido mal así". 

Desde el punto de la demanda, el mundo empresarial actual es mucho más complejo que el que le tocó vivir a mi abuelo. Para mi abuelo, sin duda, el logro fue crear, ser capaz de producir, por cuanto en los años 50, 60 e incluso 70, había una carestía enorme de recursos financieros y los que había eran muy caros. Tampoco había en España la gente preparada que tenemos ahora. Sin embargo, si eras capaz de plantar, de hacer la fábrica o de crear la empresa, como en nuestro país, como señalaba antes, no había prácticamente de nada, tenías mucho ganado. En la economía global de hoy en día, con exceso de todo en casi todas las industrias y sectores, se hace muy difícil, no tanto el producir, como el vender vender. De hecho, a mi abuelo le hacía gracia cuando a su mantra de "te quejarás, que planté 520 hectáreas de viñedo", yo le respondía, "te quejarás tú, que te vendo 2MM de botellas de vino cada año". Anécdotas aparte, lo que quiero decir es que, efectivamente, el mundo ha cambiado mucho, y que tenemos herramientas para capturar cada vez más conocimiento, el cual no debemos desdeñar pero, que lo que sin duda marca la diferencia en un mundo que tiende a la estandarización, es el conocimiento tácito, ese que tiene que ver mucho con la intución y que cada vez se enseña y promueve menos en colegios, facultades y escuelas de negocio. Y en eso, mi abuelo, Doctor Ingeniero Agrónomo, que no está nada mal en cuanto a conocimiento explícito, fue un gigante.

Mi abuelo fue también el vivo ejemplo de que, el principio de parsimonia que rige en la estadística (ese que dice que, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable), funciona también de maravilla en las empresas. Eligió la Ribera del Duero, no porque hubiera hecho 80 análisis de suelo, analizado el clima de 25 lugares diferentes, u otras 20 variables adicionales que podría haber pensado. Su razonamiento fue, "Si Vega Sicilia está allí, es que algo tiene que tener esa zona". Y sí, visitó más lugares, pero a la hora de tomar una decisión, se dejó llevar por su intuición y una lógica simplista, a la par que abrumadora. Viéndolo con perspectiva, aquel domingo lo volvió a clavar. Mal tampoco le ha ido en el sector.

Nunca ansié trabajar en la empresa familiar, la verdad. Terminé mi carrera y mis primeros 5 años a nivel profesional transcurrieron en compañías que no tenían nada que ver con la misma. Durante aquellos años, mi abuelo me "tiró" los trastos tres veces para que fuera a trabajar con él. A la que fue la vencida, tras hablar también con mi tío, y expresarle a mi abuelo mis dudas al respecto, sobre si estaba o no estaba preparado, éste me espetó una de sus frases más demoledoras: "Fernando, en esta vida las cosas llegan cuando llegan, no cuando uno quiere que lleguen". Algo parecido le dijo a mi hermano Luis: "En esta vida uno debe prepararse, pero, a menudo, nunca estás listo del todo para afrontar todo lo que te ocurre".

Dos frases sencillas pero que a mi siempre me han hecho pensar mucho. Efectivamente, la vida tiene sus propios tiempos y rara vez coinciden con los nuestros. No creo que uno deba ser un kamikaze o un temerario, pero sí entender que las oportunidades pasan y que se trata de aprovecharlas. Y otra cosa más, tendemos a planificar nuestras vidas, pero, a menudo, nada o casi nada sale como lo teníamos pensado. Estoy seguro de que mi abuelo, el Ingeniero Agrónomo recién licenciado, jamás se imaginó una vida empresarial tan prolija y diversa. Como decía también en un post anterior, el miedo es algo inherente a la condición humana, y lo que diferencia al valiente del cobarde, no es tenerlo o no, sino la gestión del mismo. Coger el tren cuando pasa por tu puerta implica ser capaz de vencerlo, a sabiendas de que, como también decía antes, es probable que nunca haya un momento óptimo para subirse al mismo.

Al poco de llegar a la bodega estalló la anterior crisis. Agobiado como lo estaba por la inmensidad de frentes que tenía abiertos, un domingo, en la tradicional comida familiar de todas las semanas, le pregunté a mi abuelo por algún consejo al respecto. Deseoso de que me dijera tres o cuatro cosas de gestión empresarial, del rollo "controla los costes", "vigila los precios", o similar, me salió con una frase que nunca olvidaré y que tiendo a decir mucho por bodega: "Cuando las cosas van bien, pensamos que nunca van a ir mal. Y cuando van mal, Fernando, tendemos a pensar que siempre van a seguir yendo mal. Y créeme, siempre que llueve escampa. Volverán los buenos tiempos, así que paciencia y a resistir". 

Aquel día aprendí lo importante que es contextualizar y relativizar. Se pasa muy mal cuando la economía se pone cuesta arriba, pero nunca hay que perder la perspectiva. De aquella crisis casi no salimos, como en alguna ocasión he contado por aquí, pero lo hicimos siendo mucho más fuertes. Así que cuando en el mes de marzo de 2020 comenzó todo este lío y la gente se volvió a llevar las manos a la cabeza ante la que se avecinaba, mentar a mi abuelo y a lo que habíamos vivido en la anterior crisis, nos sirvió para, de nuevo, poner un punto de tranquilidad a las cosas. Hace unas días, hablando con un colega de otra bodega, los dos coincidíamos que empezaba a cundir el desánimo en la gente. Creo que se había instalado la ilusión de que el 2021 iba a ser radicalmente diferente como por arte de magia, sin percatarnos que entre el 31 de diciembre y el 1 de enero sólo había un día de diferencia. Incluso ahora que las cosas se ven más cuesta arriba, que como decía un "meme" que me pasaron el otro día, hemos pasado del "Resistiré" al "Ya no puedo más" de Camilo Sesto, tengo más presente que nunca aquella frase de mi abuelo. Cada día que pasa falta un poco menos para recuperar nuestra vida. Toca apretar los dientes y resistir.

La casa de mis abuelos siempre fue una casa abierta. Era típico, sobre todo en verano, que siempre contásemos con algún invitado. A veces eran personas relacionadas con el trabajo de mi abuelo. Otras, amistades suyas o de mi abuela. Como también lo era que con nosotros pasasen días, semanas incluso, amigos nuestros, míos, de mis hermanos, de mis primos o de mis tíos. Y a mi abuelo le encantaba preguntar cosas a los invitados. Sobre qué hacían, qué estudiaban, qué les interesaba o incluso por su opinión sobre algún asunto en el que mi abuelo estuviera enfrascado por aquel entonces. Aún hoy, con el paso del tiempo, algunos de ellos recuerdan conversaciones míticas, como la de aquel verano de COU en la que a mi abuelo le interesó especialmente la filosofía y nos preguntaba, a mi y a mis amigos, qué habíamos aprendido de San Agustín. O por el verano en el que había organizado unas jornadas culturales sobre la figura de Jorge Juan y a todos nos preguntaba por él en la mesa. Anécdotas aparte, esa filosofía de tener una casa abierta, en la que siempre se ponían uno o varios platos de más cuando hacía falta, creo que reflejaba una de las características vitales de mis abuelos:Todo el mundo era bienvenido a su casa.

Y esa apertura de puertas, se traducía, bajo mi punto de vista, en una mentalidad abierta. Mi abuelo siempre estaba deseoso de aprender cosas nuevas, de empaparse de aquello que pudiera estar de moda en un momento dado. Con el tiempo hasta se aficionó un poco al fútbol, aunque sólo fuera por poder comentar algo del partido del Madrid con sus nietos. Recuerdo el verano en el que había decidido invertir en Terra Mítica, el parque temático de Benidorm, dónde se empeñó en subir conmigo al Colossus, una  montaña rusa de madera francamente divertida, pero en la que te movías sin parar durante todo el recorrido. En medio de una interminable cola, mi abuelo me planteaba su visión acerca de cómo, poco a poco, la gente, poco a poco, emplearía más parte de su tiempo en el ocio. Yo, que por entonces estudiaba Microeconomía en la facultad, y sabiendo de qué pie cojeaba mi abuelo, le planteé el dilema del ocio y del trabajo, preguntándole si, en su caso, el estar conmigo en Terra Mítica, era ocio o trabajo, e incluso, si en su caso, existía tal diferencia en algún momento del día. Mi abuelo se quedó dándole vueltas al tema el resto del verano, preguntándole a la gente en cada comida por si esto, o aquello, era ocio o trabajo. Por cierto, a la bajada del Colossus me dijo que estaba muy sorprendido, en primer lugar, "por lo mucho que se movía aquello", pero, sobre todo, "por cómo nos podían gustar tanto las montañas rusas a los jóvenes". A mi abuelo le interesaba todo y, sin duda, esa fue una de las claves para que se mantuviera activo hasta prácticamente el final de sus días. Los sistemas cerrados tienden a la entropía. En una casa abierta, corre el aire y fluyen las ideas, se alimentan la creatividad y la curiosidad, así como te abres al mundo. Y, si esto pareciera poco, encima te lo pasas mucho mejor. 

Pero lo anterior, tiene otra derivada que explica cómo fue mi abuelo. Creo que, pese al enorme éxito que tuvo empresarialmente hablando, fue una persona humilde, siempre ávida por aprender más cosas, y pensando que podía hacerlo de casi cualquiera que se sentaba en su mesa. El que se moviera por Madrid con un Opel Corsa o con un Peugeot 106, por ejemplo, puede parecer una anécdota, pero para mi tiene un gran calado. En esta vida, sólo se puede crecer desde la humildad. 

Mi abuelo fue una persona que vivió su vida con pasión hasta el final, lo que, sin duda, fue una de las claves de su longevidad. Unos días antes del ingreso en el hospital que marcó el inicio de su declive, le recuerdo disfrutando como un enano de la última comida familiar que tuvimos, junto a mi mujer y a mi madre. Con su vino, preguntándome por la bodega, y deseoso de que llegara el helado de chocolate de postre antes de irse a dormir la siesta. Le pesaba no haber venido a la vendimia del 2020, evento que no le gustaba perderse por nada del mundo, aunque él ya sólo fuera allí a disfrutar del paisaje y de todo lo que rodeaba a aquello. 

Cuando se murió mi abuela, en 2016, todos pensábamos que mi abuelo no tardaría en irse detrás. Obviamente, a sus 92 años, mi abuelo ya no era el que había sido, pero, aún así, mantenía esa pasión por la vida intacta. Pasado el duelo, recuerdo un domingo en la comida familiar, en la que me planteó su disposición para que le llevara de viaje a dónde quisiera. Él pagaba. Y que le gustaría, en la medida de lo posible, que el mismo fuera en uno de los barcos de la naviera de su grupo de empresas. Obviamente, aquello no era posible, pero mi abuelo quería estar activo, no perderse nada. En el día de su 93 cumpleaños, me dijo que debíamos ir pensando en su centenario. Yo le dije, "pero abuelo, ¡si aún falta mucho!". Él me espetó. "Bueno, no querría dejar nada en el aire y, en el fondo, hay que considerar que yo no estoy para morirme". Quería una gran fiesta. Nada excesivo, pero sí que en ella hubiera muchos invitados, algo de música y que no faltara el vino. Las conversaciones sobre la organización de su centenario nos acompañaron casi hasta el final de sus días. Obviamente, ese 24 de agosto de 2024, será un día grande.

Pero si hay una anécdota de los últimos años que denota la pasión de mi abuelo por vivir, fue una que tuvo lugar en la vendimia de 2018. Aquel año, hubo un fin de semana en el que me quedé yo a cargo de él en la casa familiar de Ventosilla. Vino la que hoy es mi mujer, así como algunos amigos míos de toda la vida a pasar el fin de semana con nosotros. Mi abuelo estaba encantado, haciéndose fotos con unos y con otros. Le llevamos al viñedo y a la bodega. Disfrutó aquel sábado como un enano. Comió y cenó con nosotros, deseoso de hablar y compartir con unos y con otros, y finalmente, a eso de las 11 de la noche, Dilma, su fiel cuidadora de estos años, se lo llevó a la cama agotado, mientras mis amigos y yo nos quedamos tomando la última botella de vino mientras charlábamos y jugábamos a algo. Pasada la 1 de la madrugada, se abrió una puerta y apareció mi abuelo en pijama con cara de despiste. Al vernos, nos dijo "¡Pero cómo no me habéis avisado de que estabáis aquí! ¡Qué yo quiero estar en el ajo, con todos vosotros!". Inmediatamente llegó Dilma, quién le llevó de vuelta a la cama, quedándose mi abuelo un tanto compungido por aquello. 

Una vida vivida sin pasión no es vida. Mi abuelo vivió muchos años, 96 y medio concretamente, pero siempre priorizó la calidad de aquella por encima de la cantidad. Sin embargo, pienso, sinceramente, que son dos conceptos que se retroalimentan. Cuando se tiene pasión por la vida, a menudo ésta termina haciéndose más longeva.

A estas alturas es posible que muchos hayáis comprendido que, efectivamente, la vida de mi abuelo fue fascinante. Sin embargo, debo decir, que ésta no podría entenderse sin el papel que jugó mi abuela en ellla. Mi abuela fue la constante en la ecuación de mi abuelo, la que le acompañó siempre, la que le aconsejó, la que le ayudó a emprender y la que aguantaba con infinita paciencia los arrebatos de genio de mi abuelo. Discutían como buen pareja que eran, pero se querían desde lo más profundo de su corazón. Creo que sin mi abuela a su lado, mi abuelo no hubiera podido hacer muchas de las increíbles obras llevó a cabo.

Hace unos años le pregunté a mi abuelo, en una de nuestras conversaciones de fin de semana, si cambiaría algo de su vida profesional. Una vez más, me dejó descolocado. Él, que siempre había trabajado mil horas, que a las 8 de la mañana en pleno mes de agosto ya estaba activo y dando voces desde su despacho instalado en la casa familiar de Gandía, porque mi abuelo era todo carácter, me dijo, "probablemente, trabajaría una hora todos los días para dedicársela a mi familia". Imagino que a posteriori todos vemos las cosas más claras, pero de aquella conversación extraje una lección que trato de aplicarme: trabaja con pasión, pero hazlo con equilibrio, sin perder la perspectiva de lo que realmente es importante en la vida.

Como os he comentado en estas líneas, mi abuelo fue una persona con mucho genio, con la que no siempre fue fácil la convivencia, por cuanto era una persona muy exigente, consigo mismo y con los demás. Sin embargo, nos regaló unos últimos años maravillosos, dónde siempre estaba de buen humor y se mostraba en paz con la vida, disfrutando de todo aquello que había sido capaz de crear. Cuando le preguntabas "Abuelo, ¿cómo estás?", siempre nos respondía igual: "Entre bien y muy bien, tirando a excelente". 

La última lección vital de mi abuelo fue precisamente esa, que la vida es, en buena medida, un estado de ánimo. Hoy tengo grabada a fuego esa frase, la cual he hecho mía, porque a estas alturas, ya sé que siempre hay y habrá problemas en la vida, cosas que mejorar, que no me terminan de convencer, pero también sé que para eso estoy y estaré yo.... para resolver todo lo que esté por venir.

Buen viaje, abuelo. Los que seguimos por aquí, trataremos de estar a la altura de tu legado. Gracias por el regalo que ha sido compartir 43 años de mi vida contigo, por todo lo hablado, navegado y paseado juntos, por todo lo aprendido y discutido, pero, sobre todo, por lo que veías en mi, y porque confiaste en mi, en muchas ocasiones, más, incluso, que yo mismo. Nunca te olvidaré...

 



Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muy Grande. Una enseñanza completa de Vida!!!!. Estoy de acuerdo contiho Fernando, la Vida es pasion por hacer para ti y los demas y expander la abundancia natural para todos creando armonia y entudiasmo de vivir.Un abrazo.
Luis Miguel ha dicho que…
Magníficas reflexiones. Considérate afortunado de haber disfrutado tanto de tus abuelos y haber aprendido tanto de ellos. Yo ya conocía muchas de estas anécdotas de Don Javier y Doña Mari (es lo que tiene la amistad) pero puestas en perspectiva y por escrito son aún mejores.

Un abrazo
Luis Miguel
Pedro Gala ha dicho que…
Fernando, muchas gracias por compartir estas reflexiones tan enriquecedoras. Un fuerte abrazo.
Pedro
Fernando ha dicho que…
¡Muchas gracias! Como decía Jarabe de Palo, lo urgente es vivir, y hay que hacerlo con pasión. Un fuerte abrazo
Fernando ha dicho que…
¡Gracias Luismi! Con muchas ganas de verte pronto. Eres parte de esta historia también. Un fuerte abrazo
Fernando ha dicho que…
¡Muchas gracias Pedro!

Un fuerte abrazo
marinaalicantin@ ha dicho que…
Maravillosa historia con muchos aprendizajes, gracias por compartir.
Manuel ha dicho que…
UN placer enorme haber leído tus reflexiones y tu homenaje a tu abuelo. Un abrazo.
Manuela Rubio Ortiz ha dicho que…
Yo fui Secretaria de D.Javier Cremades durante dos años y medio.
Sólo tenía 18 años cuando empecé a trabajar, reemplazando a su sobrina cuando dejó la empresa para trabajar como azafata. Ahora, a mis casi 65 años, aún recuerdo a D. Javier como un hombre carismático, recto y desde luego, imposible de olvidar.
Carlos Campòs Garcia ha dicho que…
Yo fui trabajador de Don Javier en la finca de Barciles.Fue junto con Doña Mari unas personas muy vitales, trabaje durante ocho años recien licenciado del servicio militar, en la actualidad tengo 68 años.Soy carlos campos garcia y fui el encargado de los arboles frutales.

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