Management - Sueños de Fútbol

Algunos Apuntes

No es una faceta de mi vida que mucha gente conozca, pero durante 10 años fue entrenador de fútbol de equipos de niños pequeños en mi colegio de toda la vida. Comencé cuando era un estudiante de 1º de BUP y lo dejé cuando comencé a trabajar, allá por el año 2002. Fue una etapa inolvidable en la que aprendí mucho de la vida y de las personas, probablemente mucho más que en cualquier clase de la universidad al respecto.

Tuve la suerte de entrenar a muchos equipos. Los había más disciplinados, los había más talentosos, tuve alguno que no destacaba ni por lo uno ni por lo otro, pero a cambio ponían mucho corazón. Casi siempre tuve la suerte de disputar las ligas en las que competíamos, incluso puedo decir con orgullo que en los 6 años que entrené equipos federados (siempre comenzábamos por campeonatos escolares), en 3 logramos ascender, pero también que tuve grupos de chavales con los que sufrí mucho por cuanto los correctivos eran también habituales. Hoy, viéndolo con perspectiva, creo que precisamente de estos últimos fue de los que aprendí más.

Si hoy me he decido a poner en orden mis recuerdos, es por una de esas sorpresas que a menudo te da la vida. Mi primo Juan, al que tuve la suerte también de entrenar un año, acaba de terminar brillantemente su carrera de Ingeniería Naval y se marcha 6 meses a EEUU a trabajar. Su novia y sus amigos le organizaron una fiesta sorpresa de despedida ayer, y para mi alegría, allí se congregaron buena parte del que tal vez fue el equipo con mayor talento que jamás haya entrenado, pero al que también más me costó meter en cintura. Hablando largo y tendido con Pablo Olalla, el máximo goleador de aquel equipo, el cual tiene una memoria prodigiosa, estuvimos recordando decenas de anécdotas. Ellos se soprendían con algunas cosas que les decía sobre aquel año, y ellos me dejaron perplejo con algunas cosas que para mi no fueron tan importantes pero que a más de uno le ha marcado profundamente. Cuando al finalizar la noche le dije a Pablo Olalla que yo había recibido más de ellos que ellos de mi, me dijo, "eso es lo que siempre se dice". Y no es así. En mi caso es cierto. Al llegar a casa comprendí que les debía este post con algunas de las enseñanzas que recibí durante aquellos 10 maravillosos años.

1) Los sistemas deben estar siempre al servicio del talento y no al contrario: Siempre me ha sorprendido como hay entrenadores que llevan su librillo táctico y que tratan de aplicarlo a rajatabla allá por dónde pasan. Para mi el paradigma de lo que debe ser un buen entrenador en ese aspecto es Del Bosque. Siempre hay que poner y contar con los mejores, y a partir de ahí montas el equipo. La labor del entrenador es propiciar el entorno adecuado para que el talento fluya y los buenos jugadores puedan dar lo mejor de sí y marcar la diferencia. Durante mis años de entrenador llegué a jugar con un 4-4-2, un 3-5-2, un 3-3-3-1, un 4-2-3-1 y un 4-3-2-1. Incluso en cada partido cambiábamos registros en función de la gente con la que podía contar. En la empresa debe ser igual. Las jerarquías y los sistemas demasiado demasiado rígidos ahogan el talento. Se deben propiciar esquemas de trabajo en los que la gente se sienta con la libertad suficiente para sacar lo mejor que lleva dentro. 

2) La importancia del esfuerzo: El talento es importante, pero no conozco a nadie que haya logrado algo en esta vida sin esfuerzo. Una vez tuve a dos chavales que jugaban en la misma posición. Uno de ellos estaba considerado por sus compañeros como uno de los mejores del equipo, y realmente tenía talento, pero era apático y poco dado al esfuerzo colectivo. El otro, mucho más limitado técnicamente, era todo corazón, probablemente el jugador más solidario del equipo. Tras un inicio de temporada titubeante y tras un entrenamiento bastante discreto, junté a todos en el vestuario y les dije "chavales, Alberto se ha ganado la camiseta en los entrenamientos. El sábado juegan él y 10 más". El mensaje fue demoledor para el resto. A partir de ahí cambió la inercia de la temporada. Logramos "pinchar" al jugador más talentoso, el cual terminó haciendo una temporada notable, pero Alberto jugó de titular prácticamente todo el año, alternando posiciones y marcando un buen número de goles. El talento, como decía, es importante, pero lo que marca la diferencia es el esfuerzo, la capacidad de sacrificio y la solidaridad con el compañero. Dentro de una empresa también conviene recordarlo con frecuencia.

3) Equidad y Justicia: Una de las cosas más difíciles de esta vida es dirigir personas. Cuando llevas un grupo humano, las reglas del juego deben estar claras para todos, pero para sacar lo mejor de cada uno, las teclas a tocar son diferentes. Hay quién requiere palo, hay quien requiere zanahoria y hay quién requiere de ambos. Ser ecuánime y justo es muy difícil. No diría que el equilibrio es imposible, pero casi. Lo que no cuela es que modifiques las normas en mitad de la temporada. Hacerlo es provocar que el grupo se te vaya de las manos. Yo siempre tuve fama de exigente en aquellos equipos que entrené. Tuve una vez un chaval llamado Javi, de moral frágil cuando era pequeño, al que un día le eché una bronca en un partido y le hundí. Comprendí mi error y al finalizar el encuentro le llevé al vestuario y tirando del "estilo Valdano", le dije, "Javi, tú eres un jugador que no sólo nos gustas, sino que a ratos nos entusiasmas" (a mi hermano Santi y a mi, que por aquel entonces éramos una dupla entrenando). Bueno, a día de hoy sigue habiendo coñas al respecto, porque, casualidades de la vida, mis últimas patadas al balón las estoy dando con algunos de "mis chavales". A Javi siempre le exigi tanto como al resto, pero comprendí que necesitaba otro tipo de motivaciones para rendir bien. En la empresa pasa lo mismo y por ello es tan importante la inteligencia emocional a la hora de gestionar plantillas. Lamentablemente es algo que en las universidades no se enseña.

4) Cada grupo humano es diferente: En el fondo este punto se parece al primero. De igual forma que no entiendo que los sistemas se impongan, tampoco entiendo que la manera de tratar a las personas sea siempre igual con independencia del grupo humano que tengas delante. En función de los mimbres, del objetivo de la temporada y de las circunstancias de los componentes del equipo, el discurso hay que modificarlo. Acostumbrado a luchar siempre por los campeonatos y por subir de categoría, o al menos a estar en la zona alta, un año tuve que entrenar un equipo que jamás había competido en federación y que, para mayor INRI, jugaba contra equipos que les sacaban un año. La primera vuelta recibimos goleada tras goleada. Recuerdo incluso un partido en el que jugamos contra los que iban penúltimos que perdimos y que tras terminar el mismo, me quedé abatido sólo en el vestuario, sin respuestas. No entendía por qué lo que siempre me había funcionado, ahora no estaba saliendo. Comprendí que tenía que modificar la manera de relacionarme con ellos. El objetivo ya no era ganar, el objetivo era competir para poder disfrutar del cada partido. Armé al equipo atrás (nunca me imaginé haciendo un equipo tan defensivo), reinventé el puesto de algunos y replanteé entrenamientos. Reconozco que en algún caso me pasé de duro con ellos, pero pensé que tenía que hacerles comprender que la vida es jodida y que para ganar en el fútbol, al igual que en la vida, hay que dar un paso al frente y ponerse una coraza para encajar ciertos golpes. Bueno, algo cambió, efectivamente. Aquel equipo terminó finalmente cuarto por la cola, en la segunda vuelta sólo encajó una goleada e incluso llegamos a ganar 2-1 a los primeros. A día de hoy, es de los trabajos de los que más satisfecho me siento pese a los resultados de aquel equipo.

Otro caso paradigmático fue, precisamente, el del equipo de mi primo Juan. Nunca he entrenado a un equipo que jugará tan bien al fútbol, pero ya con 10/11 años era un equipo plagado de egos y muy difícil de llevar. Tuve que trabajar con muchísima mano izquierda y transigir con algunas cosas que en otros equipos jamás hubiera admitido. Un par de años después, me encontré con la madre de uno de aquellos chavales. "Fernando, tienes que volver, nadie entendía como tú a nuestros hijos". Yo, para mi, pensé que lo difícil era que alguien tuviera tanta paciencia como yo la tuve con ellos. Mismas personas, diferente trato, resultados diametralmente opuestos. En la empresa el mensaje también debe variar en función del equipo y los medios que tengas. El café para todos hace tiempo que se acabó.

5) El fin nunca justifica los medios: Entrenaba un año a un alevín, chavales de 11 y 12 años, y nos jugábamos el ascenso. En frente teníamos al Amorós, que entonces era filial del Atlético de Madrid. Nos jugábamos el ascenso entre tres equipos. Precisamente el Amorós, otro equipo de Getafe que se llamaba Cultural Cuarenta y nosotros. Comenzamos perdiendo y logramos empatar. Cuando apenas quedában 5 minutos, su portero se dio un golpe, nuestro delantero centro no se dio cuenta, tiró a marcar y un defensor del Amorós llegó a sacarla con la mano en la línea. El árbitro pitó penalti y no expulsó al rival por las circunstancias, obviamente. Me acerqué a Santi, encargado de tirar el penalti, y le pedí que lo tirara a fallar. Aquello les resultó incomprensible, pero me hicieron caso ante la sorpresa generalizada, primero del entrenador rival por lo que nos jugábamos, y luego del delegado federativo que veía el partido. Cuando terminó el encuentro, junté a los chavales y les dije lo orgulloso que estaba de ellos y que en esta vida es tan importante ganar como hacerlo con honestidad y valores. Creo que mucho de lo que pasa en este mundo de hoy en día, precisamente, está relacionado con una carencia generalizada de ambos. A aquel equipo le dieron varios premios a la deportividad en su trayectoria. ¡Ah! y por cierto, terminó ganando al Amorós 3-2 en el descuento. Y ascendiendo.

6) El elogio es necesario, pero debilita. La importancia de la exigencia: Otra de las mejores anécdotas de aquel equipo de mi primo Juan que comentaba en puntos anteriores, se dio en un partido que ganamos 0-6 en el campo del Esperanza. Para contextualizar, hablamos de un equipo que jugaba tan maravillosamente bien, que había jubilados que los sábados se pasaban por el colegio Santa María del Pilar para verles jugar. Era frecuente que algún ojeador del Real Madrid se pasara también y se presentara diciéndome que venía a ver a alguno de mis chavales. Como explicaba antes, el funcionamiento de este grupo era complejo, pero hubo una buena química y aquello era una auténtica delicia. En el partido que comentaba, llegamos al descanso 0-5 haciendo un juego de escándalo ante un equipo que no era malo. En el descanso les dije, "chavales, fenomenal. La segunda parte va a ser lo que queramos que sea.". Se relajaron y sólo marcamos un gol más. Al final del partido, llegué al vestuario y les mostré mi disgusto por el bajón dado en intensidad. En esto llamaron a la puerta. Era el entrenador rival. "¿Se puede?". "Sí, como no", le dije yo. Entonces éste tomo la palabra y dijo "chavales, enhorabuena. Esto es jugar al fútbol. No he visto a un equipo alevin que lo haga tan bien como vosotros". Le agradecí el gesto y cuando nos despedimos el cachondeo de los chavales fue de los que hacen época. Lo que dijo el entrenador riva era cierto, pero cuando llevas grupos humanos es tan importante el elogio como seguir siendo exigente. El equilibrio es fundamental. La gente tiende a dormirse en los laureles. El directivo a veces olvida que una de sus tareas es tener a su equipo motivado y en tensión.

7) La vida es un estado de ánimo. Los equipos también: Mi último año de entrenador cogí a un equipo que era francamente bueno, pero que tenía un problema que para el fútbol es sideral: no hacía un gol al arcoiris. Como consecuencia de aquello, venían de haber descendido de categoría en Infantiles. Cogí un equipo moralmente  muy frágil, que encima jugaba en una categoría nueva contra gente que les sacaba un año, y no supe leerlo a tiempo. El primer partido nos cascaron un 7-0 que 10 años después todavía me escuece. El trabajo de las siguientes semanas no sólo fue físico y táctico, sino también mental. Tenían que convencerse de que realmente eran muy buenos y que el equipo tenía que terminar arriba pese a aquel inicio. La primera vuelta fue irregular, pero el equipo fue cogiendo tono, sintiéndose más seguro y recuperando su mejor nivel. Llegó el primer partido de la segunda vuelta. El equipo que nos había ganado 7-0 se presentaba en nuestro campo como líder habiendo ganado todos los partidos en la primera vuelta. Hicimos un auténtico partidazo en el que llegamos al descuento ganando 2-1. Nos empataron en la última jugada por auténtica mala suerte. Al finalizar el encuentro vino su entrenador a felicitarme y me dijo "¿habéis cambiado el equipo, no?". No, claro que no. Pero las personas, cuando se sienten seguras, respaldadas, superan sus miedos y confían en sí mismas, pueden parecer otras a cuando el ánimo no es el adecuado. Aquel equipo terminó cuarto y le faltaron unas jornadas para meterse en la lucha por el ascenso tras una notable segunda vuelta, pero lo más importante fue que volvieron a creer en sí mismos.

8) La importancia del equipo: El equipo de Alberto, al que hacía alusión en el punto 2, era el mismo equipo que ascendió tras ganar al Amorós. Aparte de aquel logro, logró subir de categoría otras dos veces. Una siendo infantiles, con Alfonso Buhigas de entrenador, y otra siendo cadetes de primer año (esto es, jugaban contra gente que les sacaba un año) de nuevo conmigo de entrenador. El mérito, obviamente, suyo. Debo confesar, que pese a que teníamos un delantero extraordinario, aquel equipo no era el que más talento tenía. Sin embargo, era el que mejor entrenaba, el que más luchaba, el más solidario, el más equipo, en definitiva. Cuando el resultado del conjunto es superior a la suma de sus componentes, entonces es cuando realmente puedes llegar a algo en el fútbol y en la empresa. Se crean dentro del grupo unas sinergias que suponen un valor añadido inimitable. Hoy en día, en un entorno tan complejo y especializado como el actual, las empresas necesitan equipos y el trabajo del directivo, precisamente, es ese. Crearlos y motivarlos. Los jugadores ganan partidos, los equipos campeonatos. Lo mismo en la empresa.

9) Relativizar las derrotas. Lo importante no es caer, es saber levantarse: Durante las Navidades de las temporadas en las que fui entrenador, recuerdo que se celebraban las llamadas Olimpiadas Marianistas, dónde todos los colegios de dicha orden religiosa competíamos en diferentes disciplinas. Solíamos llevar cierta desventaja, por cuanto habitualmente se jugaba Fútbol Sala, a lo sumo Fútbol 7, cuando en mi colegio desde los 10 años ya se practicaba Fútbol 11. Para los que no practiquen el fútbol, realmente son deportes similares pero que no tienen nada que ver, ni física, ni táctica, ni técnicamente. El año que entrenaba al equipo de mi primo Juan, ese que jugaba tan de maravilla, las olimpiadas se celebraron en Zaragoza e íbamos con un equipo que en teoría era favorito para luchar por la victoria en el torneo. Todo nos salió mal. Perdimos los dos primeros partidos y quedamos eliminados con dos días de competición por delante. Por la noche les junté a todos en el hotel en la habitación de uno de los chavales. Recuerdo que me empezaron a preguntar, los muy cachondos, por mis ligues, por mis experiencias nocturnas y por mis experiencias en otras Olimpiadas Marianistas. Venían muy dolidos por las derrotas y se acostaron partidos de risa. Entre otras cosas les hice ver que el fútbol era para disfrutar, que eran unos privilegiados por estar allí jugando un torneo como aquel y que quién da todo lo que tiene no está obligado a más. En esta vida la derrota está sobrevalorada. La vida es un ejercicio permanente de caerse y levantarse, dónde lo importante es aprender de las primeras y tener la voluntad suficiente para llevar a cabo las segundas. Tras la Navidad, aquel equipo siguió con la racha triunfal que les llevó a ascender de categoría jugando maravillosamente bien. A Pablo Olalla, lo que ha quedado, por cierto, son las historias sobre mis ligues.

10) Los equipos no fracasan, bajan los brazos: El famoso año del Amorós, ese que terminó en ascenso, comenzó fatal. De las cuatro primeras jornadas, perdimos tres partidos, uno de ellos, además, con una goleada sonrojante. Al día siguiente de la misma, noté cómo en el entrenamiento los chavales iban relajados y riéndose sin parar. Paré el entrenamiento y les dije, muy enfadado, que cuando uno perdía por 4-1, uno no se reía, sino que debía trabajar todavía más. Teníamos la obligación de luchar por la liga. Recuerdo que a la vuelta de aquel entrenamiento, volviendo a casa con mi hermano, íbamos los dos disgustados con lo acontecido en el mismo, yo ya pensando más en la temporada siguiente casi que en aquella que estaba en curso. Los 9 puntos, pero sobre todo las sensaciones, las veía muy difíciles de solventar. Mi hermano Santi me dijo: "deja de pensar en chorradas y vamos a centrarnos en arreglar esta temporada".

La charla que les solté surtió un efecto mayor del previsto, y el equipo, en todo lo que quedaba de liga, ganó 25 de los 26 partidos restantes, marcando casi 150 goles y encajando en aquellos 26 partidos restantes casi menos goles que en los 4 primeros. Aquella reacción nos valió para terminar subcampeones empatados a puntos con los primeros y en puestos de ascenso. Al finalizar aquella temporada comprendí lo que Paco Alcaide muchas veces dice: las personas no fracasan, bajan los brazos. Aquellos chavales tuvieron la virtud de no bajarlos y creer en que podían darle la vuelta a una situación que se había complicado de inicio. Como diría Simeone, el esfuerzo no se negocia. O como dijo en su día Michael Jordan, el amor es jugar cada partido como si fuera el último. La misma motivación es válida para la vida empresarial. Siempre hay que luchar, siempre hay que darlo todo. Nunca hay que bajar los brazos.

Aquellos 10 años fueron para mi lecciones permanentes mejor que cualquie otro máster. A día de hoy, sigo echando de menos mi etapa de entrenador. El tiempo pasa y la vida te va marcando otras prioridades, pero nunca podré agradecer suficiente todo lo que aprendí y lo feliz que fui. A todos los que fueron "mis chavales", gracias de corazón. Os dejo una preciosa foto de un torneo que jugamos en Palencia allá por el año 1997. En la misma, los "cracks" de Amorós.


Comentarios

Pedja ha dicho que…
Yo lo fui dos años de equipos de baloncesto y aún sigo pensando en volver, fue una experiencia maravillosa, como el post que has escrito, un abrazo y gracias
Fernando ha dicho que…
Pedro, millones de gracias por pasarte y por tu comentario. Ambos sabemos de lo que hablamos. Aquellos "enanos" nos aportaban muchísimo. A mi también me gustaría volver a entrenar a algún equipo algún día. Lo disfrutaría horrores

Un fuerte abrazo

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