Empresas - Bankia o por qué es necesaria la Responsabilidad Social Corporativa

Algunas Ideas



Si una persona llegara de otro planeta y le contásemos que en España existe una entidad financiera que salió a bolsa falseando sus cuentas, que engañó a decenas de miles de clientes vendiéndoles productos basura mal llamados “acciones preferentes”, que terminó quebrando, costándole al estado, y por ende a todos los españoles, más de 20.000 millones de euros, que hace unos días hemos sabido que durante años sus consejeros y directivos se han estado gastando indebidamente en tarjetas “opacas” un dineral en liberalidades y lujos asiáticos a costa del dinero de los depositantes y contribuyentes, y que a día de hoy no hay nadie en la cárcel por semejante escándalo, este extraterrestre recién llegado se daría la vuelta de inmediato, por cuanto pensaría que el nuestro es un país en el que no merece la pena vivir.

Claro, que todo se puede comenzar a entender, que no a justificar, si se añade que los protagonistas de nuestra historia son políticos de casi todos los partidos, representantes sindicales y de organizaciones empresariales. Gente acostumbrada a vivir a costa del contribuyente, al que no le importa sangrar hasta lo insoportable con tal de mantener su nivel de vida. Y como además son los que legislan, terminan siendo jueces y parte. De traca. El contrato social definitivamente está roto y si entendemos al económico como un nuevo poder que adjuntar al legislativo, ejecutivo y judicial, también podemos decir que la actual generación de políticos ha dinamitado la obra de Montesquieu. El panorama es desolador, o al menos a mi me lo parece. No sólo todo lo que sale de Bankia me parece asqueroso, sino que creo que es humillante para todos aquellos que se están dejando el alma por salir adelante. Lo peor no es el escándalo en sí, sino el mensaje que se está lanzando a la sociedad en su conjunto.

Hace unos años, cuando empezó esta crisis, tuve la oportunidad de participar en una mesa redonda sobre el futuro de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), en la cual recuerdo que uno de los ponentes defendió que éste sería sombrío en los años venideros, por cuanto dicha política se había traducido en una serie de iniciativas básicamente de relaciones públicas, fundamentadas en filantropía corporativa, marketing con causa o ecologismo oportunista, que tenderían a desaparecer conforme la crisis siguiera limitando los presupuestos de las empresas. Por mi parte defendí que, al contrario, la RSC cada vez sería más importante en el marco de una estrategia empresarial. Por un lado, porque internet iría a más, y con ella se seguiría incrementando la democratización de la información haciendo a las compañías transparentes. Para competir no sólo bastaría con hacer un buen producto o dar un buen servicio, sino que además habría que hacerlo conforme a una sociedad cada vez más exigente en su relación con las empresas. Para sobrevivir, éstas no sólo deberían cumplir unas leyes, sino lograr legitimidad.

Pero además, también vaticiné, y muy de la mano de esto que acabo de señalar, que sería cada vez más necesario una estrategia de gobierno corporativo que alinease los intereses de los órganos de gestión y administración de la empresa con los de los accionistas y el resto de grupos de interés. El consumidor y el inversor tienden a penalizar más los escándalos que a premiar los buenos comportamientos, y en un momento de tanta sensibilidad social, era razonable pensar que la sociedad no iba a pasar ni una, como está comenzando a suceder. La misma entidad que ha sido rescatada por todos y que no ha tenido reparos en los últimos tiempos en desahuciar a muchas familias, tenía un equipo gestor que se lo pasaba estupendamente a costa de todos nosotros. No hay por dónde cogerlo.

Milton Friedman, siempre crítico con la RSC, apuntaba que ésta era algo subversivo, por cuanto siempre se hacía a costa del accionista o del cliente. Me pregunto si tras Enron, Parmalat, Lehman Brothers o Bankia, el excelente economista norteamericano podría seguir diciendo lo mismo. Bajo el mantra de la maximización del beneficio han tenido cabida una serie de comportamientos injustificables que han terminado perjudicando no sólo a los accionistas, sino también a millones de empleados de todo el mundo que han perdido sus puestos de trabajo, proveedores que se han quedado sin cobrar sus facturas y comunidades locales que se han visto notablemente empobrecidas. Para Friedman los únicos límites  a la actuación empresarial eran la ley y la ética. Hoy cabe preguntarse si ambos límites, no ya sólo si son suficientes, sino si siguen vigentes.

De un tiempo a esta parte nos encontramos con que los sistemas jurídicos de los países modernos se han alejado de la norma moral, lo que quiere decir que cumplir la ley no implica un comportamiento deseable para una colectividad. Por ejemplo, una entidad rescatada por los impuestos de todos, incluidos los de esa familia que ahora mismo se encuentra sin ingresos porque todos sus miembros están en paro, puede desahuciarla conforme a una ley hipotecaria que desde la UE ya se ha señalado como injusta y asimétrica. Además, las empresas se enfrentan a entornos multinacionales, con un derecho internacional privado aún en pañales y con unos estados impotentes a la hora de legislar. Si además, los encargados de hacer las leyes tienen intereses ocultos, apaga y vámonos. Para entender lo que digo bastaría con preguntar a la gente por las empresas en las que trabajan los políticos una vez que abandonan sus cargos públicos. Yo creo que casi todos pensaríamos en respuesta espontánea en compañías del sector energético y telecomunicaciones, precisamente de los pocos oligopolios de facto que aún tenemos vigentes en nuestro país y a los que nadie quiere meter mano. Parece obvio el por qué. Lo de las Cajas de Ahorro ha sido el mayor despropósito de todos. Políticos prestando dinero para construir al amparo de otros políticos que podían recalificar, regularizar y hacer lo que les diera la gana con los terrenos de ciudades y comunidades autónomas.

 En cuanto a la ética, que me permita el señor Friedman hablar de la misma como un brindis al sol, por cuanto ésta sólo responde a comportamientos morales de carácter universal. Contratar niños no está mal visto en muchos países de Asia, por ejemplo, pero casi nadie lo aprobaría en Europa. La ética, hablando de ella de forma genérica es una vaguedad. Se decía que esta era una crisis de valores, y yo no puedo estar más de acuerdo. Necesitamos personas al frente de las empresas con criterios morales y que incluyan los mismos en la gestión de la compañía, comprendiendo que el progreso no puede ser sólo económico, sino también moral. Amparándose en vacíos legales y en conceptos relativistas, han proliferado un conjunto de ejecutivos sin escrúpulos que no han tenido ningún problema en llevarse por delante empresas como la citada Enron, falseando las cuentas y haciendo un dineral vendiendo las acciones los días previos a la quiebra. Las pensiones indebidas o las escandalosas indemnizaciones por despido de los directivos y políticos que han llevado a la ruina a las cajas de ahorro, es una patada en el culo de todos los ciudadanos que lo están pasando horrible.

Bankia quedará en nuestra memoria como el escándalo perfecto, por cuanto ha fallado todo. Sus gestores han estafado a toda la sociedad teniendo en sus órganos de administración a personas con cargos públicos que, en lugar de tener vocación de servicio, se han creído que era la sociedad la que tenía que servir a sus fines bastardos. No tienen ningún pudor quiénes intentan justificar lo injustificable con el asunto de las tarjetas diciendo que “era frecuente” o que “todo el mundo lo hacía”, sobre todo cuando hace unos meses trataban de escurrir el bulto de la quiebra de la caja argumentando que firmaban las cosas sin leerlo. Para cobrar indebidamente parece claro que tampoco se hacían preguntas. Los órganos de gobierno duales, esto es, equipo de dirección y consejo de administración, se crean para mejorar el control, no para que le cueste más dinero al accionista y luego a toda la sociedad. Y los consejeros, como administradores, tienen responsabilidades penales.

Pero lo de Bankia no es un caso aislado. Y aunque es muy probable que en otras cajas de ahorro se hayan vivido situaciones similares (Catalunya Caixa tiene todas las papeletas viendo las joyas que en ella había), no me estoy refiriendo en este caso exclusivamente a estas entidades. Yo mismo he tenido conocimiento de casos de directivos despedidos de PYMES los cuales cargaban sus vacaciones en las tarjetas de la empresa, a costa del accionista, estando la compañía en pérdidas. O incluso no tenían inconveniente en dar de alta el teléfono móvil de su mujer en el contrato de la empresa, aún cuando ésta no trabajara en ella. Y no son casos que sólo se hayan dado en España, sino más bien parece que tales comportamientos oportunistas se han dado en muchos de los países que hoy siguen inmersos en una crisis económica de caballo. Un repasito a la película “Inside Job” nos puede dar alguna pista.

Sí, siempre se ha hablado de la RSC en términos medio ambientales y sociales, pero nos hemos olvidado que la primera responsabilidad social de la empresa es la económica, porque sin ello no tienen sentido el resto de los objetivos. Mientras todo parecía ir bien, valía casi todo y eso es inaceptable. Hoy me reafirmo en lo que dije en aquella mesa redonda de hace unos años. La RSC es más necesaria que nunca. Las empresas deben comportarse como ciudadanas corporativas y tanto éstas como sus gestores deben ser ejemplares. Antes de embarcarse en proyectos filantrópicos alejados de la realidad de la compañía, se deben sentar las bases de una auténtica responsabilidad empresarial, teniendo bien claro que lo principal es crear valor a largo plazo para todos los grupos de interés que forman parte de la compañía, incluyendo criterios morales en la gestión. Y entonces sí, la responsabilidad económica, social y medio ambiental irán de la mano por sí solas, sin necesidad de encajar acciones pomposas farisaicas, más efectistas que efectivas.

Tampoco podemos pedir peras al olmo. La crisis de valores es de toda la sociedad y tiene su reflejo en lo que ha pasado de un tiempo a esta parte en las empresas. Afortunadamente, la ola de indignación que ha generado el caso de Bankia me hace tener fe en que, definitivamente, algo esté cambiando. Educar en valores es la clave.

Nos quedan nuestros políticos. El fin del bipartidismo sería una excelente noticia si ello trae consigo una regeneración democrática de la clase política española. A los puestos de responsabilidad se debe llegar como consecuencia de una trayectoria profesional excelente e inmaculada, y no vía a participar en determinados partidos desde las bases. Es necesaria también una responsabilidad social de los políticos y limitar aún más los posibles conflictos de intereses que puedan tener una vez abandonan sus puestos de responsabilidad. Y por supuesto, alejarles de las cajas de ahorro y entidades financieras. Como diría un buen amigo mío, sería volver a dar pistolas a los monos. O como diría otro, mezclar fuego y gasolina. Y en esto sí que estoy con Bankia: Ha llegado la hora de comenzar por los principios.




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