Pablo Laso

Lecciones y Pequeño Homenaje

Hay historias que merecen ser recordadas y contadas con cierta asiduidad. Momentos que al traerlos de nuevo a la mente te vuelven a emocionar, que te hacen decir con cierto orgullo que tú estuviste allí, que fuiste testigo de lo que pasó. El deporte, a menudo, es fuente de leyendas inagotables, de momentos de aprendizaje que te pueden hacer crecer como persona y como profesional. Sólo es cuestión de coger cierta perspectiva. La historia que voy a contaros esta noche, es una de ellas.

Este post no va a empezar este domingo, cuando el Madrid se proclamó campeón de Europa por 10ª vez con todo merecimiento. Tampoco en 2011, cuando Pablo Laso llegó al Real Madrid frente al estupor de muchos aficionados, los cuales pensaban que el club de Concha Espina había perdido definitivamente el rumbo. Esta historia arranca en 1.989, en esa fría tarde de diciembre en la que Fernando Martín perdía la vida un accidente de coche en la M-30. Aquel día no sólo falleció de forma trágica el que en aquel momento era el mejor jugador español de todos los tiempos, sino que junto a él se fueron unos valores, un estilo, una manera de hacer las cosas que habían convertido al Madrid en el mejor equipo europeo de la historia. Tan futbolero como me véis, yo de pequeño era casi más de baloncesto, de los Corbalán, Fernando Martín, Iturriaga y Biriukov. La Quinta del Buitre equilibró el debate, pero aquellos duelos de Norris contra el propio Fernando Martín, me ponían los pelos de punta. El 10 blanco era mi ídolo. No sólo por lo bueno que era, sino por lo que transmitía. Creo que haberle visto jugar, haberle admirado tanto, ha marcado mucho mi carácter a lo largo de mi vida. Su muerte me impactó. Pocas veces me he emocionado tanto en una cancha de baloncesto como cuando fui con mis padres y hermanos a ver jugar al Madrid contra el PAOK, apenas tres días después de la muerte de Fernando Martín, y el equipo blanco remontaba un partido imposible para terminar arrasando a los griegos entre los gritos y llantos de una hinchada que no se cansaba de repetir "se nota, se siente, Fernando está presente". Conforme me he ido haciendo adulto, he comprendido que aquello fue una gesta de primera magnitud. Anímicamente, el equipo no estaba para jugar, pero fue capaz de sacar lo mejor de sí mismo. En el fondo, era como si Fernando Martín aún no se hubiera ido, como si su espíritu hubiera impregnado del carácter necesario a todos sus compañeros para ganar aquel partido.

Pero tras aquello, y dejando al margen pequeños chispazos de gloria, el equipo blanco deambuló por las canchas europeas y españolas durante muchos años. Demasiados. Perdió el rumbo, se olvidó de quién era fichando a entrenadores rimbombantes y medianías, jugadores estrellas que no entendían dónde estaban, y dejando de lado todo lo que le había hecho grande a lo largo de su historia. Por el camino vivimos humillaciones horribles que hicieron que el aficionado medio, y yo mismo, poco a poco nos fuéramos apartando del equipo. El remate de los despropósitos fue Ettore Messina, excelente entrenador, pero que jamás entendió lo que era el Real Madrid y lo que representaba. Y tras la tormenta, casi a la desesperada, Florentino Pérez fichó a Pablo Laso.

En la vida, tanto en la empresa como en el deporte, la cosa no va de fichar estrellas. No vale de casi nada tener súper jugadores o entrenadores mediáticos si no entienden dónde están, qué se espera de ellos y cuáles son los valores y la cultura empresarial que rigen cuáles deben ser tus comportamientos y actitudes. Pablo Laso, que ya había sido jugador del Madrid en una de esas pequeñas etapas en las que el club de Chamartín parecía reverdecer laureles, lo sabía a la perfección. Apostó por un núcleo nacional duro, conocedor de la casa y de las exigencias del club de Concha Espina, y decidió recuperar las señas de identidad del Real Madrid: un juego dinámico, divertido, que enganchara a los espectadores desde el primer día y en el que los jugadores tuvieran claro que formaban un EQUIPO, dónde todos los miembros tuvieran claros sus roles, la interdependencia con sus compañeros para lograr los títulos y, por supuesto, un objetivo común: que los aficionados del Madrid volvieran a sentirse orgullosos de su equipo. Y así, el Madrid, volvió a crecer.

Los inicios no fueron fáciles. En su primera temporada, el Madrid perdió la Súper Copa y fue eliminado prematuramente de la Euroliga, lo que generó la primera crisis del entrenador vitoriano. Ganó la Copa con solvencia, pero se le escapó una liga después de haber tenido al Barça contra las cuerdas. En su segunda temporada, sin embargo, las cosas cambiaron. El Madrid arrasó en la Súper Copa y en la Liga, pero se le escapó la Euroliga en la final, en la que pese a la derrota frente a Olimpiakos, se vislumbraba que estábamos ante un equipo que podía marcar una época. La tercera temporada de Laso fue memorable en juego, por cuanto el Madrid batió todos los records de imbatibilidad, pero pese a ganar Súper Copa y Copa, el equipo merengue se desinfló tras perder en la prórroga de la final de la Euroliga contra el Macabi de Telaviv y vio como el Barça le volvía a mojar la tostada en la Liga. Aquel fue el momento más crítico de Pablo Laso. En el club se pensó en cesarle y tan sólo Alberto Herreros y Juan Carlos Sánchez apostaron por la continuidad del vitoriano. Le obligaron a cambiar de ayudantes y comenzó una nueva temporada con muchas incertidumbres.

Conocedor de lo que le había ocurrido el año anterior, el Madrid fue de menos a más y terminó la temporada ganándolo todo, incluyendo la ansiada Euroliga tras 20 años de espera. Por aquel entonces ya comencé un post hablando de Laso, pero un maldito virus estomacal me tuvo fuera de combate una semana y aquella entrada se quedó en el limbo. Dudaba si volvería a tener un momento tan oportuno para escribir mi pequeño homenaje a Pablo Laso.

El Madrid, durante las dos temporadas siguientes siguió ganando títulos, e incluso a disputar otra Final Four. Siempre fiel a su estilo, siempre haciendo crecer al grupo humano como EQUIPO. Desde Fernando Martín, nunca había vuelto a estar tan enganchado a un equipo como a éste Real Madrid de la era Laso. Cuando en agosto Llull se rompió el cruzado, sentí la lesión casi como si fuera propia. Cuando cayeron Ayón y Kuzmic el día que ganamos al CSKA de Moscú, creía que el equipo lo iba a tener negro para clasificarse para los Cuartos de Final de la Euroliga. Cuando tras caer en Vitoria por 30 también cayó Randolph y Thompkins se tuvo que ir a EEUU por problemas familiares de forma indefinida, aquello ya me parecía que pintaba a hecatombe. Y sin embargo, cuando apenas 7 días después, el equipo resucitaba barriendo por 30 a Unicaja, también en Euroliga, recuerdo que le mandé un whatsapp a mis hermanos diciendo: "Aquí hay alma, no todo está perdido". 

El Madrid perdió después a Rudy y fichó a Tavares. De repente, a Doncic, faro del equipo durante todo el curso, se le unieron Campazzo, Thompkins y un Causeur que, probablemente, haya superado las expectativas de todos. Poco a poco el equipo fue recuperando ejemplares, y casi de forma inverosímil, le vimos peleando por estar entre los 4 primeros de la fase regular de la Euroliga. Una sospechosa carambola le hizo ser quinto y tener que jugarse a la Final Four contra Panathinaikos con el factor cancha en contra, con todo lo que ello supone. Y en la previa, se sabe que Campazzo, jugador que estaba siendo clave en la temporada, se tiene que operar de la rodilla. La serie no podía comenzar peor, con un Real Madrid perdiendo de forma estrepitosa en Atenas en el primer partido de los Cuartos de Final, y con la sensación, por primera vez en toda la temporada, que el equipo se había rendido ante las adversidades. 

Pero los valores del Madrid, esos que ha recuperado Laso, son los del equipo que nunca se rinde, que nunca da un balón por perdido. Los de ese equipo que te hace sudar sangre si le quieres ganar. El Madrid es el equipo de las remontadas imposibles, el que siempre se sobrepone a las dificultades, el que nunca baja los brazos. Por eso soy del Madrid. Y con ello, y con una conjura del vestuario, fue capaz de ganar el segundo partido en el OAKA. Había que rematar en Madrid, y justo unas horas antes de los dos partidos decisivos de la serie, el equipo blanco comenzó a ganar la eliminatoria: Sergio Llull, tras 8 meses, cual si fuera el Cid Campeador, volvía a las canchas. El impulso anímico sobre sus compañeros y afición fue tan grande, que el Madrid ganaba 3-1 al equipo griego y se plantaba en la Final Four de Belgrado sin ser favorito, pero con la ventaja de quién ha sido capaz de levantarse y volver desde el mismo infierno. 

En semifinales esperaba el CSKA, primer hueso. El Madrid, en un partido memorable, ganaba con solvencia al campeón ruso. En la final esperaba el Fenerbahce, vigente campeón y entrenado por una leyenda como Zeljko Obradovic. Comentaba un amigo mío en Twitter que "venía el ogro", y yo le respondía que estaba seguro que al bueno de Obradovic tampoco le hacía ninguna ilusión enfrentarse al Madrid. Pese a un inicio dubitativo y un final dónde el campeón no puso las cosas fáciles en ningún momento, el equipo merengue lograba su décima Copa de Europa de forma merecida y contra todo pronóstico, al menos hace un par de meses. ¿Cómo se puede explicar semejante éxito?

Los valores y la cultura corporativa a menudo se dejan de lado cuando se quiere reconstruir un equipo a la carrera. Se busca a la estrella y con ésta, atajos, se fichan nombres y se obvia que es precisamente en los momentos difíciles cuando hay que aferrarse más que nunca a esos valores y a esa cultura, los cuales sirven como asidero cuando hay que salir a flote. No es casualidad que el Madrid tenga ahora una asistencia media al Palacio como hacía mucho que no se veía. La afición se identifica con su equipo, y el equipo sabe dónde esta y lo que se espera de él. El club ha traído a personas que podían encajar en esos valores y Pablo Laso ha hecho comprender a sus jugadores dónde están. 

Hacer un  equipo cuesta tiempo. A menudo en el deporte (y en las empresas) olvidamos que todo lo bueno se cuece a fuego lento. Haber echado a Laso en 2014 hubiera sido un error de proporciones históricas. Nadie deja huella en ninguna organización estando menos de 3 años. La paciencia no sólo ha sido clave para explicar el éxito del Real Madrid de baloncesto, sino también que ha reforzado al técnico vitoriano y a su proyecto. No sabemos quién sucederá a Laso, pero el técnico vitoriano dejará un legado clave, por cuanto ha recuperado un estilo que difícilmente nadie podrá tirar por tierra.

Las derrotas son momentos inmejorables para el aprendizaje. El Madrid de Laso cada año ha sido un poquito mejor, con independencia de los resultados. Luego el juego, como la vida, te hace pasar por vicisitudes, momentos mejores y peores, pero cada año que pasaba, se veía más claro que en el Madrid había un proyecto, una idea y un sentido colectivo cada vez más potente. Sólo así se entiende que Pablo Laso haya metido al equipo en 20 de las 28 finales posibles de estos casi 7 temporadas que lleva en el club, ganando 14 de ellas. Desde la muerte de Fernando Martín hasta la llegada de Pablo Laso, el Madrid había ganado tan sólo 10 títulos en 22 años.

El verdadero líder no se erige en protagonista, sino que hace brillar a los miembros de su equipo, los pone de protagonistas y a menudo intenta pasar desapercibido. Laso ha sido así todos estos años y es por ello por lo que su labor ha sido determinante.  Siempre ha entendido que son sus jugadores los que le pueden hacer a él mejor entrenador. Su ascendencia sobre el grupo ha sido clave en todos estos años, y algunas de sus charlas en sus tiempos muertos, memorables.

Pero hay una última moraleja en esta historia. A veces en esta vida conviene tocar fondo. Cuando hay alma, cuando hay pulso, en los momentos peores, en los más difíciles, es cuando eres capaz de dar lo mejor de ti en aras de revertir la situación. No lo quise decir en voz alta, pero tenía la sensación de que el Madrid iba a ganar esta Final Four. Cuando subes desde el infierno y te ves a las puertas del cielo, sueles ser imparable. Las personas no fracasan, bajan los brazos, y el Madrid, ante la adversidad, nunca aceptó lo que parecía su destino. En el deporte todo puede pasar, pero ahora cuesta imaginarse que este Madrid no gane también la Liga.

Mucha gente se pregunta qué pasará el año que  viene, cuando, como parece, Doncic se marche a la NBA. La baja, desde el punto de vista deportivo, será terrible, pero ahora tenemos una ventaja, ahora tenemos algo a lo que aferrarnos: el Madrid ha recordado quién es, sus señas de identidad, sus valores, y desde estos, seguro, sabrá reconstruirse. Las personas estamos de paso, pero quedan las instituciones y lo que ellas representan. Desde el año 2011 comenzamos a recuperar casi 30 años de historia, casi tantos como los que llevamos llorando a Fernando Martín. Seguro que el 10, desde el cielo, sonríe y, ahora sí que sí, por fin reconoce a su equipo. Y yo también. Pablo Laso, creo que nunca te lo podré agradecer lo suficiente.


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