Economía y Empresa - Hacia una Nueva Ética Económica y Empresarial

Algunas Reflexiones

Los que venís siguiendo El Disparadero desde sus orígenes, sabéis el estupor que me causa la permanente personalización de los mercados. O se les sube a los altares o se les sataniza, pero casi siempre bajo un sesgo ideológico del que está detrás del que escribe. Por mi parte, como siempre me ha gustado apuntar, me alineo con gente como Nördstrom o Ridderstrale, quiénes afirman que los mercados son meras maquinarias a través de las cuales tiene lugar la actividad económica. Los mercados simplemente son, y separan lo eficiente de lo eficiente en virtud de unas reglas del juego que marcamos nosotros como sociedad. Y si los mercados no funcionan es, a menudo, por comportamientos oportunistas de las personas que operamos en ellos.

La subida a los altares de los mercados se produjo a partir de una interpretación, bajo mi punto de vista parcial, del trabajo de Adam Smith. El economista y filósofo escocés del siglo XVIII defendía, de modo sencillo y para que todos nos entendamos, que cuando dos agentes interactúan en un mercado perfecto buscando maximizar su beneficio, entonces la llamada "mano invisible" de los mercados hace que éstos lleguen a su óptimo a través de una asignación eficiente de los recursos. En un mercado perfecto, donde la información fluyera sin restricciones y estuviera al alcance de todo el mundo, dónde todo el mundo partiera en igualdad de condiciones, nadie llevaría a cabo actividades que no tuvieran demanda, y cuando desarrollase alguna, sabría hasta cuando tendría que producir para que no hubiera excedentes. Como el uso de los recursos en este hipotético mercado sería el correcto, no habría paro, ni guerras de precios, ni grandes diferencias económicas entre las personas, como tampoco habría burbujas ni posibilidad de comportamientos especulativos. En consecuencia, todo la sociedad se vería beneficiada de esta situación, de tal forma que el progreso económico llevaría consigo un progreso social.

Ocurre, como también hemos visto muchas veces en este blog,  que los mercados distan mucho de ser perfectos, entre otras cosas por la asimetría de la información existente en los mismos.Ello hace que existan los llamados costes de transacción, los cuales son aquellos en los que los agentes incurren en un mercado para reducir la incertidumbre que se da en los mercados. Es por esta razón por lo que aparecen las empresas, ya que al final éstas no dejan de ser un conjunto de contratos que permiten, en teoría, que la actividad económica se pueda llevar con mayor eficacia y eficiencia al reducirse los costes de transacción. Se entenderá mejor con el siguiente ejemplo: Si cada vez que una compañía fuera a llevar a cabo su producción tuviera que hacer un contrato por jornada de trabajo a cada uno de sus trabajadores, el coste que tendría que asumir sería disparatado. Pensemos en la labor de captación diaria de empleados, la negociación del salario cada día, la redacción de contratos diariamente, etc. Por el contrario, si ésta tuviera una plantilla a la que paga una mensualidad ya establecida de antemano, con una serie de derechos y obligaciones también pactados en un único momento del tiempo, la empresa puede realizar su actividad incurriendo en menos costes y, por lo tanto, con mayor eficacia y eficiencia.

La lógica que siguen muchos de los economistas neoclásicos, por lo tanto, es la siguiente. Como los mercados son imperfectos, las empresas sustituyen a los agentes, ya que al menos éstas operan con menor incertidumbre. Por lo tanto, las compañías deberían llevar a cabo su actividad económica buscando maximizar siempre sus beneficios. De esta forma, se alcanzaría un equilibrio que, por lo menos, sería lo que en economía se llama Pareto Eficiente. Un óptimo de Pareto es aquel en el que un sistema económico alcanza un equilibrio en el que todos los agentes que forman parte del mismo, o se quedan igual o mejoran respecto a su punto de partida, pero ninguno empeora. Así pues, durante años, el mantra que se ha propagado por las escuelas de negocio y universidades de todo el mundo es que la empresa debía maximizar su beneficio, porque de esta forma, en mayor o menor medida toda la sociedad se vería beneficiada, o al menos no perjudicada.

Pero para que se lleve a cabo la actividad económica, hacen falta, además de las empresas, la existencia de los mercados y el estado, el cual juega un papel económico también importante. En primer lugar, porque a éste último le corresponde fijar las reglas del juego, pero también definir un sistema eficiente de derechos de propiedad e incluso proveer a la colectividad de aquellos bienes y servicios que, por razones de interés general, su provisión no debería ser conferida al mercado. En cuanto a éste, además de los derechos de propiedad ya citados, le hacen falta para su correcto funcionamiento el que existan medios de pago bien definidos también y unos procedimientos judiciales eficaces que refuercen la garantía jurídica del sistema.

Basta con observar mucho de lo que ha acontecido en los últimos 20 años para comprender que el sistema no funciona. Entre 1991 y 2007, las empresas, en un escenario global, acumularon beneficios record mientras que las diferencias norte y sur alcanzaban diferencias escandalosas. Más aún, basta con analizar el coeficiente de Gini para países como EEUU para darse cuenta de como el reparto de la riqueza durante esos años ha sido totalmente asimétrico, de tal forma que los ricos son cada vez más ricos y que el resto de la sociedad del otrora llamado país de las oportunidades ha visto como su poder adquisitivo se ha reducido de forma notable. Varias son las causas que explican por qué el modelo se resquebraja y la maximización del beneficio no conlleva una mejora social per se.

En primer lugar, por lo expuesto al inicio. En los mercados la información existente es asimétrica, lo que permite comportamientos oportunistas y un equilibrio que no es Pareto Eficiente. Por este estudio Joseph Stiglitz ganó el premio Nobel en el año 2001.  Este tipo de coyunturas conlleva a una mayor desigualdad social, más agravada en aquellos países en los que no existe una red de protección social.

En segundo lugar, por las llamadas externalidades, las cuales se podrían definir, de nuevo de forma sencilla, como el impacto que una actividad económica genera sobre terceros que no son originadores de la misma. Las externalidades son fallos del propio mercado que permiten a las empresas trasladar costes generados por su actividad a otros agentes (generalmente la sociedad) y que no son recogidos por los sistema contables de las compañías al no funcionar por un sistema de precios. El ejemplo más claro de las externalidades es el de la contaminación que puede generar una empresa al llevar a cabo su actividad. El impacto lo recibe la sociedad, la cual asume un coste que no es suyo. Las externalidades deforman la asignación eficiente de los recursos, porque los precios de mercado de éstos no se corresponden con los beneficios o costes reales. Cuando una empresa maximiza el beneficio sin considerar el impacto de su actividad sobre el medio ambiente (que en definitiva es el mayor bien público) y sobre la sociedad, no todo el mundo se ve beneficiado.

Por otro lado, también pueden existir externalidades positivas. Pensemos en una empresa que abre una planta en un país en vías de desarrollo e instaura un comedor social que permite mejorar la vida de la población en la que se ubica. Contablemente sería un gasto para la empresa, pero la mejora social generada repercutiría en el entorno económico y, posiblemente, le repercuta positivamente a la compañía.

En tercer lugar, porque como apunta la teoría de los Stakeholders, hoy en día el éxito empresarial depende de más factores que nunca. Las cadenas de valor se alargan y se internacionalizan. Es imposible gestionar la empresa pensando sólo en maximizar la riqueza del accionista y a corto plazo. Algunos estudios sugieren que, precisamente, cuanto más orientada está la empresa a la sociedad y a sus grupos de interés (los stakeholders, es decir, trabajadores, proveedores, clientes, incluso tercer sector o medios de comunicación, y por supuesto los accionistas) mejores resultados obtienen.

En cuarto lugar, porque la teoría económica habla de maximizar el beneficio, pero sabiendo que pueden darse asignaciones ineficientes de los recursos, no explica cómo se ha de distribuir dicho beneficio para que el óptimo económico lleve aparejado consigo un óptimo social.

En quinto lugar, porque las grandes corporaciones multinacionales, incluso los bancos, tienen un accionariado tan atomizado, que se ha producido una separación evidente entre gestión y propiedad. Ahora se contratan a súper directivos para que rijan los destinos de las organizaciones que les pagan a cambio de salarios y bonus astronomicos, de tal forma que sus decisiones se alineen con los objetivos de los accionistas. El problema estriba en que estos ejecutivos tienen también sus propios intereses y tienden a comportarse de manera oportunista buscando su beneficio propio. Es lo que en economía se llama teoría de la agencia. En estos casos, se puede maximizar el beneficio a corto plazo para obtener ciertas mejoras salariales, por ejemplo, arriesgando en demasía, incluso yendo en contra de la supervivencia de la empresa a medio plazo. Y cuando una compañía pega el petardazo, véase Enron o Parmalat, no sólo pierden los accionistas. También los proveedores que se quedan con facturas sin cobrar, o los empleados que pierden sus puestos de trabajo. Pero no sólo eso. Pagar un salario por encima del de mercado a un directivo para que éste se comporte acorde a los intereses de los accionistas, impide maximizar el beneficio en sentido estricto, lo que distorsiona el modelo.

Finalmente y sobre todo, en sexto lugar, porque vivimos un momento histórico convulso en que los valores brillan por su ausencia. Milton Friedman, uno de los mayores defensores del libre mercado, marcaba dos líneas rojas que jamás debían traspasarse: ley y ética. En virtud de lo vivido en los últimos años, queda claro que por el camino nos hemos perdido en algún punto.

Si comenzamos hablando de la ley, se debe argumentar que de un tiempo a esta parte ésta ha dejado de ser norma moral y ello es muy peligroso. Hoy en día hay cuestiones que son legales pero que a la vez son inmorales. Por ejemplo la ley que permite a un banco rescatado deshauciar a una familia. O la ley por la cual ahorradores chipriotas tendrán que perder parte de su dinero para rescatar a unos bancos lastrados por la deuda Griega y una quita decidida a miles de kilómetros del pequeño país mediterráneo. Muchos de los comportamientos que nos han llevado a esta coyuntura eran legales, pero no eran morales.

Pero voy más allá. Vivimos en un mundo globalizado en el que el Derecho Internacional todavía está en pañales. Hoy en día es legal contratar a niños en determinados países de Asia, como también es legal prohibir el asociacionismo o fomentar los trabajos forzosos. Los estados se ven incapaces de marcar las reglas del juego porque los gobiernos son nacionales y muchos de los problemas que hoy se dan en el marco económico son mundiales. Las empresas tienen mayor libertad que nunca para hacer y deshacer.

Poco o nada se puede confiar en nuestros gobiernos cuando al poco de salir de la política ostentan cargos notorios en importantísimas compañías. No se entiende que uno de los defensores de la asociación de la sanidad público - privada, poco tiempo después de ser consejero de sanidad de una comunidad autónoma, luego sea fichado por una empresa que precisamente está gestionando parte de esa vinculación. Tampoco se puede comprender que un juez se meta a político y luego vuelva al juzgado a llevar casos políticos. Me parece surrealista que a parte de nuestros jueces los elijan los partidos. Por duro que resulte decirlo, vivimos en un momento en que no sé hasta qué punto vivimos en un estado de derecho, en que no sé si sigue habiendo división de poderes, por cuanto hemos retrocedido a mucho más del contrato social en múltiples aspectos.

Nos queda la ética y al respecto sólo puedo apuntar que en un mundo como el actual, dónde tenemos mayor libertad que nunca, ésta, si no se ejerce con responsabilidad, simplemente no funciona. Mucha gente olvida a menudo que Adam Smith fue profesor de Ética y que creía firmemente que el fundamento de la acción moral no se basaba en normas ni en ideas nacionales, sino en sentimientos universales comunes y propios de todos los seres humanos.

Cuando se habla de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) o de las empresas, se debe desterrar la idea de que aquello es filantropía o ecologismo. Se trata de comprender que necesitamos una nueva ética económica y empresarial que destierre el maquiavelismo que de un tiempo a esta parte invade nuestros mercados. Las empresas deben crear valor, por supuesto económico, para sus accionistas primero y para el resto de stakeholders después, pero crear valor o riqueza, no es lo mismo que maximizar el beneficio sin importar los medios. Necesitamos incluir criterios sociales y medio ambientales a la hora de gestionar nuestras empresas y países, pero también, y sobre todo, valores. Ética y moral. Sin ambas cualquier sistema está abocado al fracaso, entre otras cosas porque éstos son amorales. Esa responsabilidad es puramente nuestra.

Comentarios

Fernando López ha dicho que…
Brillante, muy brillante Fernando. Qué bien explicas las cosas. Deberías dar clases.
Un abrazo
Gon ha dicho que…
Hombre señor don Fernando...Mito del rock con aquel Radikal Amonio y Lazy Soul. Me llegó una actualización tuya de Linkedin y acabé en tu blog. ¿Como te va amigo? Veo que seguimos compartiendo aficiones y ahora en vez de estrella del rock somos blogueros. Te dejo el link del mío (click en mi nombre) por si tienes curiosidad. Un abrazo fuerte.

G (lead guitar)
Gon ha dicho que…
Ya me he suscrito of course porque "no soy de piedra"...X-)
Fernando ha dicho que…
¡Gonzalo! ¡The Real Spanish Mark Knopfler! ¿Qué tal todo? Perdona que haya tardado tanto en responder, pero estas semanas he tenido muuucho lío. Yo tampoco soy de piedra, no, no, no, así que ahora me pasaré por tu blog.

El mío comenzó siendo un cajón desastre para ordenar ideas de cara a mi tesis doctoral, la cual espero defender ya este año. Luego han ido teniendo cabida otro tipo de intereses, pero bueno, el objetivo es humanizar y amenizar la economía.

En líneas generales todo bien, no me puedo quejar. ¿Tú qué tal?

¡Tenemos que volver a tocar! En 2018 se cumplirán los 20 años de Radical Amonio, jaja. Tendremos que preparar recopilatorio, jajaja.

Abrazo!
Gon ha dicho que…
No me quejo amigo. No me quejo.

Yo me puse con lo del blog porque me aficioné a escribir... Así que me inventé una ciudad donde cuento todo tipo de sandeces y trivialidades pero, ¡oh sorpresa!, parece que a un reducido número de fieles criaturas les divierte leerme...

Con tu permiso voy a incluir tu blog en Writers in the City. La sección donde incluyo links a los blogs de los buenos amigos.

Un abrazo!

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