Aquel Día que Toqué Fondo (Historias del Dublín)

Vivencias

Me encanta venir a Gandía. Bueno, técnicamente podríamos decir que no vengo a lo que hoy se conoce como la playa de Gandía, ya que el refugio que construyó mi abuelo allá por los años 50 hoy resiste como la aldea de Astérix en los maravillosos libros de Goscinny y Uderzo, rodeados de edificios y de un modelo de turismo que personalmente no comparto. Sin embargo, la casa de Gandía de mis abuelos es, sin lugar a dudas, el sitio de mi recreo que diría Antonio Vega. Aquí he pasado mis 38 veranos, cada uno de ellos llenos de aventuras, partidos de fútbol, notas de guitarra, horas y horas de carreras, primeras caídas en bicicleta e incluso ya de mayor, dónde terminé mi tesis y dónde preparé la defensa de la misma. Aquí vengo a vivir despacio, a reencontrarme a menudo conmigo mismo.

Pese a que la leyenda de los vividores pueda decir otra cosa, nunca me he caracterizado por ser ave nocturna. Pero sin embargo, hay un sitio en Gandía al que me encanta ir cada noche. Es el Pub Dublín. No sólo porque ponen la mejor música de toda la playa y me tratan extraordinariamente bien cada vez que voy, sino porque me recuerda también a una de las noches más especiales de mi vida, la que me remonta al 6 de julio del año 2012. Desde mi primer año de carrera había tocado en diferentes grupos, pero la verdad es que pocas veces había tenido la oportunidad de dar conciertos, de hacerlo en directo ante un público que vibrase con cada una de nuestras actuaciones. Mi hermano Jorge había fundado un par de años antes Kamikazes y andaba buscando un bajista. Yo, que en mi vida había tocado tal instrumento, pero que me apunto a un bombardeo, acepté el reto y me puse a ello. En unas semanas había un primer concierto en Madrid pero la cosa salió razonablemente bien y me quedé tocando con ellos para lo que estuviera por venir.

Y así fueron saliendo más conciertos y más bolos, llegando ya a unos niveles que a mí me dejaban perplejo. Logramos reunir a más de 300 personas en La Siesta en Madrid, en un concierto... ¡En el que había que pagar entrada! El siguiente paso, Gandía, concretamente en El Dublín, lugar que por aquel entonces frecuentaba de vez en cuando, pero en el que nunca había tocado antes. Se presumía que íbamos a tener una buena entrada, por cuanto algunas de las personas de Madrid de las que no se perdían ninguna de nuestras actuaciones nos habían confirmado que venían a vernos, pero lo que nos encontramos allí nos desbordó. Nunca en mi vida he visto el Dublín tan lleno y nunca hemos tenido un público tan numeroso con tanta gente desconocida. Aquel día estábamos ante el concierto de nuestras vidas y la verdad es que lo dimos todo. Nos salió increíblemente bien. Mi hermano Jorge, ejerció de líder de la banda, estando especialmente inspirado y gracioso entre canción y canción. Por mi parte, alterné bajo y guitarra con Maxi, clavando ambos todas y cada una de las canciones, y Carlos a la batería, que era una máquina, literalmente se salió. Y entonces llegó el que fue para mí el momento más emotivo de la noche...

No mucha gente lo sabe, pero escribo canciones desde hace muchos años. Muchos más de los que mis hermanos y amigos suponen. Mis letras son terapéuticas, me ayudan a conocerme mejor y a sacar una parte de mí que es menos reconocible para los demás. Por eso la mayoría son para mí, me las quedo para tocarlas para cuando estoy solo. Sin embargo, algunas de ellas las he compartido y Jorge las ha dotado de una interpretación magistral. Ocurre que unos meses antes del concierto, había llevado una canción nueva a los ensayos. Una que era la más necesaria y la más importante que tal vez haya hecho hasta la fecha. Una que salió de lo más profundo de mi corazón el día que toqué fondo, un inolvidable 11 de agosto del año 2011. Jorge, al escucharla en nuestro local de ensayo determinó que esa canción la teníamos que tocar en Gandía... Y que debía cantarla yo. "3 de 24" se llamaba y con los nervios a flor de piel me puse a tocarla. Hubo varios momentos en los que la voz estuve a punto de quebrar la voz de la emoción. La ovación que nos dieron cuando la terminamos la guardaré siempre en mi corazón. Como dije cuando cogí el micrófono, aquella canción era "un desnudo integral".  En el fondo escribo lo que me sale del corazón, y no creo que sea especialmente bueno haciendo canciones, pero pienso que la gente se las cree y que eso es lo hace que a la gente le gusten algunas de ellas, las poquitas que me atrevo a enseñar.

Estos días en los que me he venido por Gandía no he dejado de pasar por el Dublín, como hago cada verano, y no me he resistido en enseñarles a mis primos y amigos la foto que cuelga en su pared de nuestro concierto de aquel día. Poco después del mismo, Carlos, el batería, ponía rumbo precisamente a Irlanda por motivos de trabajo y aquella noche fue la última de Kamikazes como grupo de rock. Al menos hasta la fecha. Broche inmejorable para dos años en los que disfruté de la música como nunca antes lo había hecho.

Y sin embargo, es imposible no acordarme no ya del concierto, sino de todo el proceso personal que me llevó a escribir "3 de 24". El 11 de agosto de 2011 fallecía mi abuela Chelo, con la que siempre había estado muy unido. Su muerte puso punto y final a un curso horrible, en el que la que fue mi novia durante más de 9 años me dijo que se quedaba en Chile, y a una situación en la bodega que fue insufrible. Ante todo aquello fui pegando patadas hacia delante, no queriendo mirarme al espejo. Hasta que se fue mi abuela. Ese día cedió el dique que mantenía ahí estancadas en mi interior mis penas y miserias de manera artificial, literalmente toqué fondo y tocó reconstrucción. Comprendí que todos tenemos derecho a venirnos abajo, perro que tenemos la obligación de levantarnos.

Muchas cosas han pasado en mi vida desde aquel 11 de agosto de 2011 y también desde el concierto del Dublín. Las cosas van poniéndose poco a poco en orden y estoy convencido de seguir en el buen camino. Ya sé que mi vida no será cómo me la había imaginado hace unos años, pero tal vez sea eso lo que le hace tan maravillosa. Ahora me sigo mirando en el espejo, pero esta vez convencido de que lo que está por venir será aún mejor. Actitud. Ganas. Sin planificar. Con la vida en los talones. Como aquella noche en el Dublín.

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